Las
breves e intensas vacaciones potosinas estaban por finalizar. El
regreso era inminente, pero no podíamos volver a la ciudad sin antes
visitar un abismo sin fin, una enorme gruta de más de quinientos
metros de profundidad, más estrecha en la abertura exterior que en
el fondo dándole una forma cónica, que se originó por la erosión
del agua a través de millones de años en una planicie de piedra
caliza, y que todos conocen como El Sótano de las Golondrinas.
Sería nuestro último destino en las vacaciones de ese año.
Por el
resbaladizo camino de regreso del encantador paseo por Las Pozas, y
el fabuloso Jardín de Edward James, durante todo el trayecto, nos
acompañó un diluvio que apenas permitía distinguir ni una señal a
unos metros de distancia. La carretera no era menos peligrosa por el
caudal de agua que corría desde las lomas y calles empinadas del
poblado.
Llegamos
al hotel en la tarde, sudorosos, cansados y admirados de tanta
belleza y novedades disfrutadas. Un baño recuperador y una
nutritiva cena nos animaron a informarnos sobre el viaje al Sótano
de las Golondrinas. Había excursiones dirigidas, pero como fuimos
de turismo independiente, preferimos continuar así.
Teníamos
que madrugar para llegar al sitio a primera hora del día, momento
inalterable en que las aves abandonan su refugio. En la tarde las
lluvias diarias de la época veraniega no nos habrían dejado llegar,
ni para disfrutar su regreso a la cueva.
Salimos
temprano, pero sin prisas, recreando el paisaje montañoso y
apreciando la naturaleza del lugar.
La travesía
era difícil, ardua para los mayores que tuvieran algún problema de
locomoción, a los que se les aconsejaba no hicieran el viaje.
Desde
Xilitla había hora y media de recorrido en auto, pero no se puede
llegar hasta la caverna en el vehículo. Se encuentra en una densa
zona de la vegetación huasteca, por un camino rústico que termina
al borde del “sótano”.
Pero antes
es necesario bajar y luego subir quinientos sesenta escalones
tallados en la roca.
Este
abrupto recorrido ha protegido de cierta forma la belleza del lugar.
Aunque son cientos los que los visitan, deben hacerlo a pie, tomarse
descansos por tramos. No se permiten las prisas porque no es
posible.
Muy distinto
sería con un acceso fácil y multitudinario. Ya el área estaría
contaminada.
La
caverna, considerada la más bella del planeta, tiene la peculiaridad
de ser el refugio natural de vencejos de collar blanco, que son
confundidos con golondrinas.
De ahí que
le dieran el nombre. Es una profundidad donde cotorras de cueva,
loros y murciélagos buscan refugio de los ataques de los predadores.
Nuestro
cálculo para la partida fue inútil. Las aves se nos adelantaron.
Aun saliendo temprano, el trayecto se hizo lento, y llegando a la
cueva... ya volaba el último grupo hacia un lugar desconocido del
que regresarían en la tarde, como han hecho a través del tiempo y
de generaciones.
En los
amaneceres y atardeceres de cada día, miles de aves saliendo o
entrando de la cueva, rompen el silencio de la floresta y ofrecen el
majestuoso espectáculo de un vuelo en espiral perfectamente
coordinado.
La
caverna tiene más de trescientos metros de caída libre, y muchos
que practican la escalada se arriesgan a descender, solo que no creo
hayan llegado al fondo. A los curiosos y a los más osados que
quieran asomarse, los pobladores de la región que cuidan el sitio,
les atan una soga a la cintura para sostenerlos y así evitar
accidentes. Pueden asomarse, pero amarrados.
Impresionante
el escenario natural. Bello el espectáculo que logramos disfrutar a
medias, pero que imaginamos solemne y misterioso. ¿Hacia dónde
vuelan?
De
regreso a Xilitla, otro torrencial aguacero nos despidió, el último
en la Huasteca a la que tenemos que regresar, quedaron muchos sitios
por conocer.