miércoles, 15 de enero de 2020

GOLONDRINAS O VENCEJOS?






      Las breves e intensas vacaciones potosinas estaban por finalizar. El regreso era inminente, pero no podíamos volver a la ciudad sin antes visitar un abismo sin fin, una enorme gruta de más de quinientos metros de profundidad, más estrecha en la abertura exterior que en el fondo dándole una forma cónica, que se originó por la erosión del agua a través de millones de años en una planicie de piedra caliza, y que todos conocen como El Sótano de las Golondrinas. Sería nuestro último destino en las vacaciones de ese año.
      Por el resbaladizo camino de regreso del encantador paseo por Las Pozas, y el fabuloso Jardín de Edward James, durante todo el trayecto, nos acompañó un diluvio que apenas permitía distinguir ni una señal a unos metros de distancia. La carretera no era menos peligrosa por el caudal de agua que corría desde las lomas y calles empinadas del poblado.

Llegamos al hotel en la tarde, sudorosos, cansados y admirados de tanta belleza y novedades disfrutadas. Un baño recuperador y una nutritiva cena nos animaron a informarnos sobre el viaje al Sótano de las Golondrinas. Había excursiones dirigidas, pero como fuimos de turismo independiente, preferimos continuar así.

      Teníamos que madrugar para llegar al sitio a primera hora del día, momento inalterable en que las aves abandonan su refugio. En la tarde las lluvias diarias de la época veraniega no nos habrían dejado llegar, ni para disfrutar su regreso a la cueva.
Salimos temprano, pero sin prisas, recreando el paisaje montañoso y apreciando la naturaleza del lugar.
La travesía era difícil, ardua para los mayores que tuvieran algún problema de locomoción, a los que se les aconsejaba no hicieran el viaje.
     Desde Xilitla había hora y media de recorrido en auto, pero no se puede llegar hasta la caverna en el vehículo. Se encuentra en una densa zona de la vegetación huasteca, por un camino rústico que termina al borde del “sótano”.
Pero antes es necesario bajar y luego subir quinientos sesenta escalones tallados en la roca.

      Este abrupto recorrido ha protegido de cierta forma la belleza del lugar. Aunque son cientos los que los visitan, deben hacerlo a pie, tomarse descansos por tramos. No se permiten las prisas porque no es posible.
Muy distinto sería con un acceso fácil y multitudinario. Ya el área estaría contaminada.

     La caverna, considerada la más bella del planeta, tiene la peculiaridad de ser el refugio natural de vencejos de collar blanco, que son confundidos con golondrinas.
De ahí que le dieran el nombre. Es una profundidad donde cotorras de cueva, loros y murciélagos buscan refugio de los ataques de los predadores.
Nuestro cálculo para la partida fue inútil. Las aves se nos adelantaron. Aun saliendo temprano, el trayecto se hizo lento, y llegando a la cueva... ya volaba el último grupo hacia un lugar desconocido del que regresarían en la tarde, como han hecho a través del tiempo y de generaciones.

     En los amaneceres y atardeceres de cada día, miles de aves saliendo o entrando de la cueva, rompen el silencio de la floresta y ofrecen el majestuoso espectáculo de un vuelo en espiral perfectamente coordinado.

      La caverna tiene más de trescientos metros de caída libre, y muchos que practican la escalada se arriesgan a descender, solo que no creo hayan llegado al fondo. A los curiosos y a los más osados que quieran asomarse, los pobladores de la región que cuidan el sitio, les atan una soga a la cintura para sostenerlos y así evitar accidentes. Pueden asomarse, pero amarrados.

      Impresionante el escenario natural. Bello el espectáculo que logramos disfrutar a medias, pero que imaginamos solemne y misterioso. ¿Hacia dónde vuelan?

      De regreso a Xilitla, otro torrencial aguacero nos despidió, el último en la Huasteca a la que tenemos que regresar, quedaron muchos sitios por conocer.