sábado, 25 de abril de 2020

VALLE DE BRAVO

Valle de Bravo se ha convertido en uno de nuestros lugares favoritos.  Una enorme presa artificial da origen al “lago” que ocupa la planicie del valle y parte del antiguo poblado fundado por frailes franciscanos, que llegaron a la región conocida como Temazcaltepec en náhuatl o Pameje en mazahua, en el año 1530.
La práctica de deportes acuáticos y extremos generan un atractivo turístico, y junto al pueblo de estilo colonial que señorea desde lo alto de las montañas, hacen del lago y sus alrededores un verdadero deleite estético para los visitantes, con los mejores amaneceres y atardeceres, libres de la contaminación de la ciudad.
Una estrecha carretera de montaña serpentea entre bosques de pinos. Las peligrosas curvas, la niebla constante, los deslaves, y la escasa visibilidad en épocas de lluvia, hacen del recorrido un verdadero desafío.  Más de una vez el auto en que viajamos, no pudo remontar una cuesta y tuvimos que bajar y caminar a gatas o como se pudiera para recorrer el pedazo de camino que teníamos delante. La pericia de un buen chofer se demuestra en curvas con 45 grados de elevación y prácticamente en ángulo recto.  Como para cerrar los ojos. 
Nunca pensé que se pudiera retar a la gravedad de esa forma.  A través de los años las vías de acceso han ido mejorando con autopistas y carreteras renovadas, pero con menos emoción.
La primera vez que visitamos el lugar llegamos de noche, y aún siento el temor que me provocó escuchar los aullidos de los perros que vagabundeaban por las solitarias calles de tierra de los ruinosos poblados y caseríos que se encontraban en la ruta.  Nada que diera señales de vida hacía pensar que estuvieran habitados… parecían pueblos fantasmas.

Por el día continúan siendo pobres, pero sus habitantes abren tiendas, tianguis y negocios que ofrecen mercancías y prestan servicios a los vacacionistas y a los residentes de las Villas que bordean el embalse. Hasta parecen alegres y prósperos.
Llegar a Valle de Bravo tanto de día como de noche, es un auténtico deleite para los contaminados pulmones de los habitantes de la ciudad.
El aire puro y la humedad, el olor a madera recién cortada, a resina, inyectan salud y vida.
El buen clima permite disfrutar de largas caminatas por la montaña, paseos en bote, deportes acuáticos y también extremos para los más atrevidos, y sobre todo, mucha relajación.  Un templo de budismo SEN asentado en las montañas, ofrece retiro y técnicas de meditación  a los visitantes que lo soliciten.
Buenos amigos poseen su residencia de descanso en el lugar y con frecuencia nos invitan a disfrutar el fin de semana.
Aprovechamos el tiempo viajando desde la noche anterior, con la luna guiándonos hacia nuestro destino, a través de los fantasmales poblados y de los bosques solitarios donde está emplazado un exclusivo club de golf.
En la orilla opuesta del embalse donde está enclavada la vivienda, se divisa el pueblo al que se puede llegar atravesándolo en lancha o a través de un estrecho camino montañoso, hecho de lajas de piedras y con las famosas curvas cerradas que caracterizan a todas las vías del lugar.
Recorrer el poblado es entrar al pasado, caminar por antiguas calles de piedras y adoquines, visitar casas coloniales con puertas de gruesos maderos y aldabas de bronce, que han perdurado a través del tiempo.  Muchas de ellas adornadas con carteles hechos a mano ofertando  habitaciones para rentar.
En una de esas antiguas viviendas encontramos a Jean Luc, un chef francés enamorado del lugar que, en un pequeño local, elabora los mejores dulces que labios humanos hayan paladeado, y es visita obligada en cada excursión, como lo son los pequeños comercios de artesanías locales, donde se pueden encontrar las maravillas de ese arte ancestral. 
Por las adoquinadas calles, hombres, mujeres y niños, convertidos en vendedores de frutas, artesanías y souvenirs abordan al visitante y lo convencen de qué es lo que necesita comprar en ese momento.
La misión de este Pueblo Mágico, es conectar al visitante con los elementos naturales más primitivos.  Su lago como centro de vida, atrae por su espíritu aventurero.  La tierra es pródiga en hermosura y los paisajes montañosos sorprenden con matices de verde apenas vistos. El fuego que adormece los espíritus en chimeneas, fogatas y temazcales, invitan a renacer una y otra vez.  El temazcal es un tipo de casa baja de adobe donde se toman baños de vapor, un ritual ancestral de la cotidianidad de los pueblos del centro de México, y también es utilizado por la medicina tradicional.
En Valle de Bravo nos sentimos atrapados por la buena compañía, por la naturaleza, por el misterio.
Despertar sin prisas, respirar el aire puro y contemplar el amanecer, caminar descalzo sobre la hierba recién cortada, escuchar el llamado de las aves que emigran y nadan en el lago en busca de alimento, son momentos de disfrute y descanso.  Volver y volver es el propósito. Visitar el Santuario de las Mariposas Monarca queda pendiente.

Corrección de estilo, Nilda Bouzo