lunes, 1 de junio de 2020

MIEDO AL OLVIDO-II ALTARES Y OFRENDAS

 La visión y la iconografía sobre la muerte en México son notables debido a ciertas características especiales, como el sentido solemne, festivo, jocoso y religioso que se ha dado a este culto y que pervive hasta nuestros días.
La muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una rica variedad representativa: desde diosa protagonista de cuentos y leyendas, personaje crítico de la sociedad, hasta invitada sonriente a la mesa.
Los rituales y ceremonias de diversa índole que abarcan innumerables reflexiones para entender la muerte y su significado, han constituido el máximo símbolo de la representación de esta festividad: El Altar de Muertos. Quizás la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más reconocidas internacionalmente.

Tras la Conquista, en el siglo XVI, se introduce en México el terror a la muerte y al infierno con la divulgación del cristianismo, por lo que en esa época se observa una mezcla de creencias del Viejo y del Nuevo Mundo.
La Colonia fue una era de sincretismo donde la evangelización cristiana tuvo que ceder ante la fuerza de muchas creencias indígenas, dando como resultado un catolicismo muy propio de las Américas, caracterizado por una mezcla de las religiones prehispánicas y la católica.
Esta conciliación entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que es hoy la fiesta del Día de Muertos.   Al ser México un país pluricultural y pluriétnico, la celebración no tiene un carácter homogéneo, sino que va añadiendo significados y evocaciones según el pueblo indígena o grupo social que lo practique, constituyendo así, una celebración resultado de la mezcla de culturas, que el pueblo mexicano ha logrado mantener vivas. 

La fiesta del Día de Muertos se realiza desde el 28 de octubre y el 1 y 2 de noviembre, días señalados por la Iglesia católica para celebrar la memoria de Todos los Santos y los Fieles Difuntos.

La esencia más pura de estas celebraciones se observa en las comunidades indígenas y rurales donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches a disfrutar de los platillos y flores que sus parientes les ofrecen.
Las ánimas llegan de forma ordenada.  A los que tuvieron la mala fortuna de morir un mes antes de la fecha no se les pone ofrenda, pues se considera que no tuvieron tiempo de pedir permiso para acudir a la celebración, por lo que sirven solamente como ayudantes de otras ánimas.
El día 28 de octubre se destina a los muertos que fueron asesinados con violencia, de manera trágica; el 30 y 31 de octubre son días dedicados a los niños que murieron sin haber sido bautizados (limbitos) y a los más pequeños respectivamente.

El 1ro de noviembre o Día de Todos los Santos se conmemora a todos aquellos que llevaron una vida ejemplar, celebrándose igualmente a los niños.  El día 2 en cambio, es el llamado Día de los Muertos, la máxima festividad de su tipo en el país, festividad que comienza desde la madrugada con el tañido de las campanas de las iglesias y la práctica de ciertos ritos, como adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas, lo que tiene un gran significado para las familias porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras la muerte.
El altar es un elemento fundamental en la celebración del Día de Muertos.  Los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del inframundo para convivir con la familia ese día y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.

Como elemento tangible de tal sincretismo, el altar se conforma siguiendo la liturgia de cada pueblo, aunque en todos existe una similitud.  Se coloca en una habitación sobre una mesa o repisa cuyos niveles representan los estratos de la existencia.
Son comunes los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en cambio los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio.
En un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz.  Se considera el altar tradicional por excelencia.  En su elaboración se deben considerar ciertos elementos básicos.  Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto.
En el primer escalón va colocada la imagen de un santo del cual se sea devoto.
El segundo se destina a las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse allí.
En el tercer escalón se coloca la sal, que simboliza la purificación del espíritu para los niños del purgatorio.
El personaje principal, el pan, se ofrece como alimento a las ánimas que por allí transitan y se coloca en el cuarto escalón.
Los alimentos y frutas preferidas del difunto adornan el quinto escalón.
En el sexto se colocan las fotografías de las personas ya fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar.
Por último, en el séptimo, se coloca una cruz formada por semillas o frutas como el tejocote y la lima.
(continuará)

Textos de:
https://www.uv.mx/cienciahombre/revistae/vol25num1/articulos/altar

Revisión de estilo:  Nilda Bouzo

















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