domingo, 25 de noviembre de 2018

LA PRIMERA VEZ


Después de años sin ausentarme de la ciudad donde vivimos, salí de Cuba por primera vez en un viaje transoceánico, en un avión que pilotaba un conocido, para en 2 horas y 15 minutos abrazar a la familia y celebrar también por primera vez, una nochebuena y navidad diferentes.

El aterrizaje fue de noche, y la ciudad, coloreada por millones de luces resplandecientes por doquier, semejaba el árbol de navidad que ya no recordaba.
Desembarcar en el aeropuerto fue la primera impresión de la dimensión de lo que estaba por ver. Al final de un largo recorrido, siguiendo señales, subiendo y bajando escaleras y pasarelas eléctricas, se abrieron las automáticas puertas de cristal y allí estaba la familia esperando sonriente.


Este comienzo que parece sencillo no lo ha sido, se ha convertido en un hacer y deshacer maletas, en conocer nuevas costumbres, otra sociedad, otras culturas, la historia de un país grande y diverso que procuro comprender y asimilar.

Por largos períodos de tiempo dejo atrás a otras personas queridas, las tertulias telefónicas con las amigas, las reuniones del Tai Chi, las colas del pan, del pollo, los apagones, el calor, y procuro que no se me olvide lo vivido y lo soñado.

Al poco tiempo de llegar me entristecía ver cómo desechaban los cubiertos, los vasos y los platos plásticos, que, aunque están destinados a la basura, por años los lavé, sequé y guardé, para volverlos a utilizar mientras estuvieran sanos.
Algo similar me ocurrió con el lenguaje:
” tirar” es palabra de orden por aquí,” botar” es casi pecado en Cuba, donde todos tenemos casas-almacén, guardando hasta el plástico que envuelve el papel higiénico.
De esos “almacenes” se surten los vecinos y los amigos, se recicla, y casi todo vuelve a ser utilizado.
Con una toalla vieja se puede secar el piso, un pulóver o playera se convierte en abrigo para el perrito cuando llega  el escaso invierno o pañitos (trapos) para limpiar los muebles, o la bicicleta  y así son infinitos los usos que se le da a todo lo que se guarda… y no hablemos de tuercas y tornillos, y las múltiples aplicaciones que tienen los finos alambres de cobre que componen el cable más grueso de las líneas telefónicas…que sirven para cerrar la jaba o bolsa del pan, arreglar las patas de los espejuelos a las que se les perdió el tornillo, para tallos de flores artificiales, amarrar una llave que no cierra, en fin. En cada casa creo hay un “rollito” de estos coloridos alambritos.

Pero es diferente por acá. Saliendo del aeropuerto, y luego de los besos y abrazos del encuentro, hicimos un recorrido por la ciudad, terminando en un supermercado.
Todo aquel derroche de luces, estantes llenos de adornos, de golosinas, en plena navidad, pasó a gran velocidad por mis ojos y mi mente, asombro, mareos, muchas sensaciones juntas que no me dejaban apreciar lo que veía, tan solo se me ocurrió pedir que me compraran galleticas de soda.

Ya han pasado varios años de aquella primera vez y todavía me sorprenden muchas cosas, estoy conociendo una cultura ancestral, arraigada en bellas leyendas, saberes y múltiples sabores.
Excepto el chile y el café de olla, me gustan las tortillas, el nopal, los tacos, la tuna, experimento la variedad de sabores de tan rica y tradicional cocina., y soy capaz de comer un taco “con todo”, menos con chile, que aún mi paladar no lo tolera.

 
Recién llegada estuvimos en una fiesta, en una localidad cercana al Popocatépetl, las anfitrionas, unas señoras muy autóctonas, mujeres de pueblo, con cabellos oscuros y fuertes brazos, cocinaban en su comal y quisieron homenajearme con sus platos típicos, café de olla, mantequilla recién hecha, nopalitos asados, tinga de pollo, aguas de Jamaica, de horchata, no sabían cómo llenar mis cuarenta y ocho kilogramos. 
 No pude negarme a tal ofrecimiento, pero tampoco sé cómo pude comer tanto.

Muy pronto comencé a apreciar la sencillez, la buena voluntad, la humildad y la educación de aquellos pobladores tan acogedores y respetuosos de sus tradiciones más antiguas, orgullosos de sus orígenes y su país.  Gente linda con las que se puede disfrutar una “buena plática”

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