Me cuesta recordar todo lo que
experimenté los primeros días, había mucha gente, muchas luces, mucho ruido, estaba
temerosa de tanta vorágine, de tanta prisa.
Acostumbrada a una vida apacible,
monótona, con noches oscuras por las horas de “apagones” que se experimentaban
en mi país, temperaturas de más de 30 grados Celsius en un eterno verano,
cuatro canales de televisión, y vivir por primera vez en un edificio en medio
de la ciudad, con calles empinadas, no saber qué canal de televisión escoger, trasladarme
en auto, ir por autopistas iluminadas, tener frío constantemente, y tener
también por primera vez, un teléfono celular, fue una experiencia religiosa
como dice la canción.
Es ahora luego de varios años de
espera que muchos en mi país tienen acceso a un teléfono, y a la mayoría es la
familia que vive en el extranjero quien se lo envía de regalo.
Me obsequiaron un pequeño
smartphone, nada sofisticado, nada de última generación, pero por primera vez
me familiaricé con las teclas y la pantalla, y con las redes sociales que bien empleadas
me han servido para encontrar amigos perdidos por años, familia que nunca volví
a ver y debo confesarlo, me he convertido en una “adicta” de las nuevas
tecnologías y en los comercios lo primero que visito es el área de exhibición
de computadoras, smartphones, y similares.
Mi laptop que también se conectó
a internet por primera vez la utilizaba solo para guardar fotos, escribir
algunos correos que luego transfería a una memoria y enviaba a una amistad para
que lo transmitiera desde su cuenta…al estilo de los mejores
mensajeros de antaño, esta vez en bicicleta, y desde entonces no ha dejado de
trabajar.
Estoy recorriendo el largo camino
de incursionar poco a poco en los atajos de la web, y al poco tiempo hasta
decidí dejar plasmados en un blog mis experiencias como criadora de cachorros
salvajes, y ahora me atrevo con el segundo.
Por primera vez fueron muchas y
diferentes las vivencias, no solo poseer un smartphone, y una conexión a
internet, también, los grandes mercados, los pagos con tarjetas magnéticas, las
escaleras eléctricas, las compras por internet, los baños limpios y con jabón,
los tianguis, la central de abasto, los vendedores en las calles, los
“maromeros” en los semáforos…y el olor, el olor a comida por toda esta gran metrópoli
que alberga a más de veinticinco millones de habitantes…una verdadera megaciudad.
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