Varios han sido los viajes a este
pueblo cercano, en el que disfrutamos con amigos algún que otro fin de semana. Enclavado entre cerros de una exuberante
belleza, con un clima cálido y una historia de tradiciones y misticismo, su
atractivo principal, por el que le han conferido la condición de Pueblo Mágico,
es que está localizado en las faldas de El Tepozteco, un lugar que resulta casi
purificante por su espiritualidad, y por la increíble vista desde la cima del
templo dedicado al dios Tepoxtecátl.
En su día estos restos estaban
dedicados a Ome Tochtli-Tepoztecátl, deidad del pulque, la fecundidad y la
cosecha. En la pirámide se encontró el
ídolo Dos Conejo, representación de Ome Tochtli, que fue destruida por los
frailes durante la evangelización.
Cada año, el 21 de marzo, en el
equinoccio de primavera, acuden cientos de visitantes a la pirámide de El Tepozteco
para llenarse de energía positiva. En los
días 7 y 8 de septiembre se hace una ofrenda a Ome Tochtli, rememorando el reto
a El Tepozteco con una representación teatral en náhuatl. Una fiesta tradicional donde los pobladores
de Tepoztlán evocan los festejos de la ceremonia de velación y bautizo del
cerro.
Tepoztlán es una mezcla de
antiguas tradiciones, sabidurías culturales, tesoros prehispánicos y
virreinales, calles empedradas, irregulares, lomas y callejones con casas de
piedra donde rentan habitaciones a quienes hacen ecoturismo y gustan de la
sencillez de la vida cotidiana de sus habitantes, y donde en cualquier negocio
“limpian el aura” o venden una pomada milagrosa para curar el cuerpo y el alma.
Esta pintoresca combinación hace
del pueblo un verdadero lugar mágico.
Los restos de la pirámide construida
en la cima del cerro El Tepozteco, lo hacen famoso, así como los exóticos
helados preparados por la gente del pueblo y sus peculiares artesanías.
Tepoztlán es considerado por sus
habitantes un lugar sagrado por sus leyendas y tradiciones.
Los habitantes de la región son agradecidos
con la naturaleza, por ello al aire le atribuyen poderes como procrear un hijo sano
y vigoroso. Del sol dicen que cuando se
va situando en diferentes posiciones, en realidad son las miradas que Tepoztecátl
regala a la población.
Otros de sus grandes atractivos son
el senderismo y las actividades de montaña.
La primera vez que visitamos el
lugar fuimos invitados por unos amigos que poseían una hermosa instalación que
nombraron Equilibriummm y estaba situada en las afueras del pueblo, en las
faldas de los cerros, rodeada de rocas y vegetación. Allí brindaban
tratamientos anti estrés mediante técnicas de meditación, yoga, taichí,
ejercitando el cuerpo y la mente en contacto directo con la naturaleza.
Ese día practicamos algunas de aquellas
rutinas, y los más jóvenes escalaron una de las colinas, subiendo hasta la cima
por un abrupto sendero. Más tarde contarían
que fue un reto por lo escarpado del lugar, pero también una experiencia
inolvidable.
Otro de los desafíos es llegar a
los restos del templo de El Tepozteco a través de un camino igualmente
pedregoso, ancestral, el mismo que tiempo atrás condujo a los guerreros hasta
los pies del dios Tepoztecátl, para pedir protección, antes de marchar a las
guerras.
Muchos habitantes de la ciudad
han construido casas de fin de semana en las afueras del pueblo, cerca de las
colinas y bien protegidas de las miradas e intrusos, buscando la paz y el
descanso.
Invitados por amigos que poseen
una de ellas, hemos disfrutado de fines de semana con buen clima, contemplando
el paisaje y la puesta del sol, imaginando que el dios Tepoztecátl nos mira
cada vez que se ilumina uno de los montículos.
Aún queda por visitar uno de los
principales atractivos del pueblo, el ex convento de la Natividad. Una imponente construcción del siglo XVI que
fue administrada por frailes dominicos.
En 1994, la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad.
El convento fue construido por
los indígenas tepoztecos entre 1530 y 1540 utilizando piedras talladas unidas
con mortero de cal, arena y aglutinantes vegetales. Aún hoy se conservan, en el interior de sus
muros, muchos de los bellos murales originales. En la parte superior del ex convento opera un museo dedicado a la historia y la cultura de los habitantes
del actual Tepoztlán.
En uno de los viajes, paseando
por la plaza central del pueblo donde estaba colocado uno de los tianguis de
fin de semana, vimos en una calle cercana un cartel que anunciaba comida cubana
y respondía al nombre de PÁRRAGA, uno de los barrios populares de la ciudad de
La Habana.
El restaurante se encontraba en
una edificación de dos plantas y hacia allí nos dirigimos a curiosear. El
propietario era un cubano que se había asentado en el lugar y tenía su pequeño
negocio de comidas, pero en ese momento estaba de viaje y no pudimos
conocerlo.
A la salida del pueblo, con rumbo
a la ciudad, los lugareños ofrecen sus mercancías expuestas en mesas y toldos
improvisados situados a ambos lados de la calle. Compramos
quesos artesanales y alguna bebida regional, teniendo cuidado de que no
contenga uno de los famosos hongos alucinógenos que son parte de la flora de la
región.
El día o el fin de semana que
disfrutamos en Tepoztlán resulta saludable, no hay sobresalto, el aire es puro,
el clima suave, la práctica del senderismo nos renueva el ánimo y regresamos al
diario bregar llenos de la energía que emana de sus ancestrales parajes donde
según los antiguos, “se reunían las fuerzas frías del inframundo y las
calientes del cielo, que dan origen al tiempo, a la vida y al movimiento
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