No es posible imaginar que en medio de una
zona selvática de la Sierra, entre ríos y cascadas, abrazado por las más
diversas especies de plantas y flores, exista este jardín. A poca distancia de Xilitla, por un estrecho
camino de piedras, bordeado por viviendas humildes y muchos transeúntes, se
encuentra el Jardín Surrealista de Edward James. Solo nos lo habían mencionado, y en esta
ocasión no buscamos referencias, fuimos a conocerlo con todos los sentidos
abiertos al descubrimiento.
Los habitantes del pueblo devenidos
custodios del lugar, organizan a los visitantes, que deben dejar estacionado su
medio de transporte a buena distancia de la entrada, y continuar caminando
hasta la misma
Alegando problemas de
locomoción, nos permitieron seguir en el auto y parqueamos en un terreno
cercano al pórtico de acceso. Era
imposible retornar por el estrecho camino, y en ese lugar ya estábamos cerca de
otra salida, también pedregosa y zigzagueante.
En la fila para acceder a la caseta de
admisión había más de doscientas personas. El calor húmedo que hacía mucho
tiempo no sentíamos, nos tenía la ropa pegada al cuerpo, el sol de la mañana ya
avanzada, también quemaba. Pero nos
mantuvimos firmes hasta que llegó nuestro turno para entrar, entretenidos en
admirar las ventas de artesanías, de café recién tostado envasado en pequeños
sacos de yute, de pullovers con imágenes impresas del lugar, cerámicas,
afiches, aguas, refrescos. Un gran tianguis que hacía la espera más llevadera.
La historia del lugar, de su creador, los
mitos y leyendas que circulan alrededor de su figura merecen dedicar tiempo a
conocerlo. Soñador y poeta, millonario y
mecenas, vinculado con la realeza británica, horticultor, surrealista que, al
decir de Dalí, era el “más surrealista de todos”, Edward Frank Willis James,
llega a la zona de Las Pozas en Xilitla, en la década del 40 del siglo XX y
decide construir su “Jardín del Edén”.
Llegar al camino de piedras de la entrada,
pasar bajo el arco nombrado “El Anillo de la Reina”, escoltados por las
esculturas de siete serpientes erguidas, es viajar por el tiempo y por la mente
de alguien que poseía y viajaba con una boa de más de cinco metros de largo,
como mascota.
Nos incorporamos a un grupo con su guía,
porque allí puede perderse alguien entre laberintos de puertas que no se abren
o que conducen a ningún lugar, escaleras sin pasamanos que se elevan sin
llegar, fuentes en forma de ojos, donde el poeta se bañaba cubierto de enormes
hojas y rodeado de peces, serpientes de concreto, musgo en las inclinadas
escaleras que hacen resbaladizo y difícil el trayecto. Estrechos pasadizos entre construcciones que
no tienen sentido. Esto es magia.
Varias veces tuvieron que ayudarme a subir
los estrechos y húmedos escalones de las creaciones arquitectónicas hechas sin
la intervención reguladora de la razón, como lo describiera en su momento André
Breton.
La vegetación ha invadido muchos de los
recintos, el edificio llamado cinematógrafo, y del que se contemplaba la selva
potosina, estaba en reparación y tenía limitado el acceso. El laberinto de pasadizos entre un elemento
constructivo y otro va llevando a un paseo de piedras paralelo al río, se oye
el ruido del agua de la cascada al caer en las nueve pozas que dan lugar al
nombre. Es refrescante sentir las salpicaduras del agua después del agobio del
calor, la humedad, la vegetación que quiere abrazarnos.
No se puede describir y mucho menos
imaginar. Es necesario descubrir los rincones y misterios de este mágico y
único lugar integrado al esplendor del paisaje de Las Pozas. “Una casa que vuela, y en la noche canta.”
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot.