lunes, 14 de enero de 2019

GUADALAJARA

En la semana de vacaciones por la conmemoración anual de la Semana Santa y celebrando el cumpleaños de mi yerno, salimos a conocer Guadalajara, capital del estado de Jalisco.
Partimos bien temprano en la mañana para recorrer los más de 500 kilómetros que separan al DF de la capital del mariachi, haciendo paradas solo para tomar un café, abastecernos de combustible, ir al baño o sanitario, que, por cierto, siempre están limpios, con papel higiénico, jabón, servilletas y un cartel recordando lavarse las manos.
Salir de la ciudad no fue muy complicado, aunque el tránsito es bastante denso por la carretera que va a Toluca, pasamos por La Marquesa, (un mercado de tianguis a ambos lados de la carretera), rumbo al Nevado de Toluca, uno de los volcanes está siempre así, nevado, cruzamos la carretera que conduce a Valle de Bravo , un pueblo mágico que vale la pena visitar y rumbo a Guadalajara.


 En esta carretera que va hacia el oeste, hay zonas de niebla muy densa, hay un sinfín de casetas para cobrar el peaje, creo que mas de siete.  Tiene solo dos vías, pero está en muy buen estado y es más recta porque atraviesa menos áreas montañosas.
En el trayecto de ida, el lado derecho es de valles y en el izquierdo las colinas de la Sierra, con mucha vegetación de pinos y abetos, las laderas verdes, las márgenes de un lago o de una presa gigantesca donde se asientan caseríos y sembrados. Atravesamos el límite con el estado de Michoacán, que tiene por capital a Morelia, que pensamos visitar al regreso por ser una ciudad antigua e interesante, muy bien conservada.
Llevamos “botanas” (jugos, galletas) para no perder mucho tiempo en cafeterías o similares, pero siempre hay que estirar un poco las piernas, que aquí con la altura, y menos  oxígeno se inflaman los pies.


Se ven campos sembrados de Agave (la materia prima del tequila), los campos de fresas y zarzamoras los cultivan tapados y muchos de ellos están florecidos; hay ganado, se observa más actividad humana y agrícola al lado derecho de la carretera hacia Jalisco.  Otro aspecto tiene esta zona.
Llegando a la ciudad ya hemos cruzado por lugares de nombres muy mexicanos, Atlacomulco, Tototlán, Acatlán, Zapotlanejo, 
Tlaquepaque…es un reto pronunciarlos con rapidez, para el que no está acostumbrado.
Tras siete horas de viaje, a buena velocidad, entramos a los suburbios sobre la una de la tarde, la primera impresión no fue buena, sucio, pobre, con las clásicas viviendas a medio hacer, en ladrillos o bloques, todo pintado con grafitis, pero a medida que nos íbamos acercando a la ciudad iba cambiando.

Las avenidas y las calles anchas, las viviendas y comercios separados, pintados, limpios, jardines, parques, separadores en las calles con árboles, hay avenidas en las que parece que se camina por 23 y por algunas calles del Vedado, como la calle G, por ejemplo. Ya el aspecto iba mejorando, se aprecia mucho más tranquila y limpia que el DF. 


Dando vueltas y preguntando llegamos después de las dos de la tarde al Hotel “Las Pérgolas”, donde ya se había hecho la reservación. Muy céntrico en una de las principales avenidas, tranquilo y familiar. Había pocos huéspedes, tiene estacionamiento, una piscina o alberca pequeña, y las habitaciones con 2 camas cameras TV, cafetera, secador de pelo en el baño, y un restaurante, servicio de Internet inalámbrico y en el lobby una computadora al servicio de los huéspedes.
Ahí y contando con el colchón inflable nos instalamos los cinco cómodamente.




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