jueves, 28 de febrero de 2019

CALAKMUL- 26 de julio de 2010


Nos levantamos alrededor de las siete de la mañana. El día amaneció nublado, lloviznando y de nuevo colocamos maletines, bultos, cajas, y acomodamos el equipaje de doce personas, más lo que se iba incorporando durante el viaje, incluyendo una colchoneta, no fue una tarea fácil ni rápida. Salimos a las nueve de la mañana y de nuevo se cumplieron las dos horas.
Con los días fuimos adquiriendo práctica. La camioneta no tenía maletero, y todo iba debajo de los asientos. En el último, vi la ventaja de ir recostada con los pies en alto, y me mudé al fondo. La camioneta daba saltos, pero yo iba cómoda.
Ya en la carretera pasamos por la gasolinera de un poblado de nombre Catazajá, allí había un punto de control de la policía Federal, revisaron el vehículo, pidieron identificaciones, y en lo adelante pasaríamos una inspección similar en varios lugares.


Sobre las once de la mañana llegamos a un pueblito que no anoté el nombre y fuimos al baño, desayunamos y continuamos rumbo a Escárcega en el estado de Campeche, para llegar al fin a la una de la tarde a CHETUMAL, cerca del objetivo: la zona arqueológica de CALAKMUL.
Cerca de las dos de la tarde paramos en un pequeño restaurante a orillas de la carretera, donde nuestros amigos y guías habían almorzado en la visita anterior, platos confeccionados con carne de venado. Un cartel identificaba el lugar como “La Selva” pero no había venado, y no les pareció el mismo lugar, por lo que continuamos viaje.
La vía de acceso a Calakmul cobra el peaje, es recta, en buen estado, relativamente ancha, (caben dos vehículos) con selva virgen a ambos lados, es la invasión del asfalto a la floresta.




En un punto que no estaba señalizado con el kilometraje, hay un desvío y comienza un camino asfaltado, pero mucho más estrecho, y con una vegetación más intrincada.
Continuaba nublado, lluvioso, con un calor húmedo que ni el aire acondicionado del vehículo lograba aplacar.
El recorrido es de sesenta kilómetros y en la segunda etapa, la velocidad debe ser de treinta kilómetros porque pueden atravesar la senda no solo aves, sino changos (monos) felinos, jabalíes.  Estamos invadiendo territorio propiedad privada de los habitantes de la selva.
En plena jungla, durante más de una hora de viaje solo nos cruzamos con dos camionetas, el camino era solitario, sinuoso, y el chiste era que si se ponchaba ¿quién bajaba a cambiar la goma????  Por supuesto, ni antojarse de “ir al baño”, ni en la ida ni en el regreso.
Solo nos cruzamos con varios pavos, (guajolotes o guanajos) una especie que abunda, y el aullido ensordecedor de los changos aulladores.
 Silencio “sofocante”.

Después de sortear los sesenta kilómetros y las ochocientas curvas llegamos a una explanada en medio de la floresta en la que hay un parqueo, una glorieta con techo de guano, que aquí se conocen como palapa, unas letrinas bastante sucias para las necesidades más imperiosas y un camino estrecho de tierra y piedras entre los árboles con un cartel. “Entrada a pie a la ciudad maya de Calakmul”.


En la glorieta había un empleado del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH), que vuelve a cobrar la entrada al lugar.
Nuestro amigo creó el suspense, nadie debía separarse del grupo porque podían aparecer animales. Todos cogieron un gajo o rama de los que caen de los árboles para espantar los mosquitos. Estamos en plena selva con humedad, y calor tropical.
Llegamos como a las tres y media de la tarde. Cerraban a las seis, así que el correcorre fue grande para ver el lugar antes del atardecer.
La distancia desde la glorieta o palapa hasta nuestro destino era de más de dos kilómetros a pie. No creí resistir la aventura con mi pierna afectada, me quedé en la explanada con el empleado, sentada, espantando mosquitos y esperando que regresaran.
Conversé con el custodio para pasar el tiempo. Me dijo que no tenían guías, solo estudiantes de arqueología que ofrecían ese servicio, pero estaban de vacaciones y no tenían albergue en el área.
Los trabajadores integraban brigadas que alternaban cada 15 días y pernoctaban en un campamento cercano que no se veía desde ese lugar. El cerraba el local a las cinco de la tarde y se iba.
Sus palabras me preocuparon. Tendría que quedarme sola en el claro. Cerca vi dos casas de campaña, pero ningún ser viviente.
El teléfono no tenía cobertura.  Creo fue un error quedarme. Al confiar que el custodio me acompañaría, cerraron la camioneta, y ni siquiera podía entrar a refugiarme en ella.
Considerado de los más fabulosos yacimientos arqueológicos, por ser una de las grandes ciudades mayas junto con Tikal y Palenque, aún no está explotada, por lo que no tiene los servicios de otros sitios con más turismo. Está como “resguardado” de la invasión humana.
Es Patrimonio Mundial, Cultural y Natural y figura en la lista de Patrimonio Mundial declarada en junio de 2002, El único Patrimonio Mixto de la Humanidad en México.
Y efectivamente dando las cinco en punto de la tarde, aquel hombre con toda su calma cerró las ventanas, la puerta, recogió sus llaves y enfiló hacia un camino con un portón de rejas que parece lo lleva a su campamento, por lo que me quedé sola con dos ardillas juguetonas, el sonido del canto de las aves, los aullidos de los changos y una piedra y un palo…por si aparecía algo.
Había unos cinco vehículos parqueados, y sus respectivos choferes y pasajeros iban regresando con prisa para evitar la noche en el largo y solitario recorrido.
Según el custodio, la zona cierra a las seis de la tarde. A esa hora revisan si queda algún vehículo en el parqueo o estacionamiento y como me dijo: “no puede quedarse nadie”. 
Me senté en el escalón de la camioneta a respirar aire puro y a escuchar el silencio, con mi piedra y mi rama al lado… a esperar… Las ardillas se acercaron chillando. Había un extraño, YO.
Al rato vi llegar por el sendero del portón a cuatro personas que se instalaron en las casas de campaña.
 Debían ser biólogos por los instrumentos de observación que portaban, (prismáticos, cronómetros). Les pregunté si podía, en caso necesario, llegar hasta sus albergues para asegurar una “retirada” ante la posibilidad de un visitante no deseado.
A las seis de la tarde regresó el grupo, solo quedaba un auto y nuestra camioneta, ya todos se habían ido. Dado lo alejado e intrincado del lugar, no hay la afluencia de público que se observa en otros parajes.  Los mexicanos son grandes exploradores, eran la mayoría. Solo un español solitario abordó su camionetica.
El sendero hasta llegar a la fabulosa ciudad era pedregoso y difícil de caminar, por lo que era mejor que me hubiera quedado, dijeron, solo que no sabían que el custodio se iría y me quedaría sola en el lugar.
Pero no ocurrió nada desagradable y ahora puedo comentar que estuve más de dos horas en un claro de la selva virgen, sola, con una piedra y un palo que no me servirían de mucho si alguno de sus habitantes salía a explorar.
Tomaron pocas fotos, pero el lugar impresionó a todos con su majestuosidad, una verdadera ciudad escondida en la selva.
En los sesenta kilómetros de vuelta, no encontramos ni un auto, y solo cruzaron la vía los pavos silvestres con sus crías, que en el atardecer comienzan a salir de las malezas.
Continuamos hasta XPUJIL.  Gracias a que nuestro jefe de grupo ya ha recorrido la zona y se conoce los rincones y los lugares adecuados, encontramos un buen hotel para descansar.
Pasadas las ocho, comimos en un café cerca y, como curiosidad, en la acera del frente habían montado una carpa donde conversaba un grupo de personas.  Creímos que era alguna festividad.  Era un velorio.
La habitación del hotel  tenía dos camas cameras, nos acomodamos y dormimos como piedras.  El día estuvo “cargadito” de emociones.