Nos levantamos alrededor de las
siete de la mañana. El día amaneció nublado, lloviznando y de nuevo colocamos
maletines, bultos, cajas, y acomodamos el equipaje de doce personas, más lo que
se iba incorporando durante el viaje, incluyendo una colchoneta, no fue una
tarea fácil ni rápida. Salimos a las nueve de la mañana y de nuevo se
cumplieron las dos horas.
Con los días fuimos adquiriendo práctica.
La camioneta no tenía maletero, y todo iba debajo de los asientos. En el
último, vi la ventaja de ir recostada con los pies en alto, y me mudé al fondo.
La camioneta daba saltos, pero yo iba cómoda.
Ya en la carretera pasamos por la
gasolinera de un poblado de nombre Catazajá, allí había un punto de control de
la policía Federal, revisaron el vehículo, pidieron identificaciones, y en lo
adelante pasaríamos una inspección similar en varios lugares.
Sobre las once de la mañana
llegamos a un pueblito que no anoté el nombre y fuimos al baño, desayunamos y
continuamos rumbo a Escárcega en el
estado de Campeche, para llegar al fin a la una de la tarde a CHETUMAL, cerca
del objetivo: la zona arqueológica de CALAKMUL.
Cerca de las dos de la tarde
paramos en un pequeño restaurante a orillas de la carretera, donde nuestros amigos
y guías habían almorzado en la visita anterior, platos confeccionados con carne
de venado. Un cartel identificaba el lugar como “La Selva” pero no había venado,
y no les pareció el mismo lugar, por lo que continuamos viaje.
La vía de acceso a Calakmul cobra
el peaje, es recta, en buen estado, relativamente ancha, (caben dos vehículos)
con selva virgen a ambos lados, es la invasión del asfalto a la floresta.
En un punto que no estaba
señalizado con el kilometraje, hay un desvío y comienza un camino asfaltado,
pero mucho más estrecho, y con una vegetación más intrincada.
Continuaba nublado, lluvioso, con
un calor húmedo que ni el aire acondicionado del vehículo lograba aplacar.
El recorrido es de sesenta
kilómetros y en la segunda etapa, la velocidad debe ser de treinta kilómetros porque
pueden atravesar la senda no solo aves, sino changos (monos) felinos,
jabalíes. Estamos invadiendo territorio
propiedad privada de los habitantes de la selva.
En plena jungla, durante más de
una hora de viaje solo nos cruzamos con dos camionetas, el camino era
solitario, sinuoso, y el chiste era que si se ponchaba ¿quién bajaba a cambiar
la goma???? Por supuesto, ni antojarse
de “ir al baño”, ni en la ida ni en el regreso.
Solo nos cruzamos con varios pavos,
(guajolotes o guanajos) una especie que abunda, y el aullido ensordecedor de
los changos aulladores.
Silencio “sofocante”.
Después de sortear los sesenta
kilómetros y las ochocientas curvas llegamos a una explanada en medio de la floresta
en la que hay un parqueo, una glorieta con techo de guano, que aquí se conocen
como palapa, unas letrinas bastante sucias para las necesidades más imperiosas
y un camino estrecho de tierra y piedras entre los árboles con un cartel.
“Entrada a pie a la ciudad maya de Calakmul”.
En la glorieta había un empleado
del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH), que vuelve a cobrar la
entrada al lugar.
Nuestro amigo creó el suspense,
nadie debía separarse del grupo porque podían aparecer animales. Todos cogieron
un gajo o rama de los que caen de los árboles para espantar los mosquitos. Estamos
en plena selva con humedad, y calor tropical.
Llegamos como a las tres y media
de la tarde. Cerraban a las seis, así que el correcorre fue grande para ver el
lugar antes del atardecer.
La distancia desde la glorieta o palapa
hasta nuestro destino era de más de dos kilómetros a pie. No creí resistir la
aventura con mi pierna afectada, me quedé en la explanada con el empleado,
sentada, espantando mosquitos y esperando que regresaran.
Conversé con el custodio para
pasar el tiempo. Me dijo que no tenían guías, solo estudiantes de arqueología
que ofrecían ese servicio, pero estaban de vacaciones y no tenían albergue en
el área.
Los trabajadores integraban
brigadas que alternaban cada 15 días y pernoctaban en un campamento cercano que
no se veía desde ese lugar. El cerraba el local a las cinco de la tarde y se
iba.
Sus palabras me preocuparon. Tendría
que quedarme sola en el claro. Cerca vi dos casas de campaña, pero ningún ser
viviente.
El teléfono no tenía
cobertura. Creo fue un error quedarme.
Al confiar que el custodio me acompañaría, cerraron la camioneta, y ni siquiera
podía entrar a refugiarme en ella.
Considerado de los más fabulosos
yacimientos arqueológicos, por ser una de las grandes ciudades mayas junto con Tikal
y Palenque, aún no está explotada, por lo que no tiene los servicios de otros
sitios con más turismo. Está como “resguardado” de la invasión humana.
Es Patrimonio Mundial, Cultural y
Natural y figura en la lista de Patrimonio Mundial declarada en junio de 2002,
El único Patrimonio Mixto de la Humanidad en México.
Y efectivamente dando las cinco
en punto de la tarde, aquel hombre con toda su calma cerró las ventanas, la
puerta, recogió sus llaves y enfiló hacia un camino con un portón de rejas que
parece lo lleva a su campamento, por lo que me quedé sola con dos ardillas
juguetonas, el sonido del canto de las aves, los aullidos de los changos y una
piedra y un palo…por si aparecía algo.
Había unos cinco vehículos
parqueados, y sus respectivos choferes y pasajeros iban regresando con prisa
para evitar la noche en el largo y solitario recorrido.
Según el custodio, la zona cierra
a las seis de la tarde. A esa hora revisan si queda algún vehículo en el
parqueo o estacionamiento y como me dijo: “no puede quedarse nadie”.
Me senté en el escalón de la
camioneta a respirar aire puro y a escuchar el silencio, con mi piedra y mi
rama al lado… a esperar… Las ardillas se acercaron chillando. Había un extraño,
YO.
Al rato vi llegar por el sendero
del portón a cuatro personas que se instalaron en las casas de campaña.
Debían ser biólogos por los instrumentos de observación
que portaban, (prismáticos, cronómetros). Les pregunté si podía, en caso
necesario, llegar hasta sus albergues para asegurar una “retirada” ante la
posibilidad de un visitante no deseado.
A las seis de la tarde regresó el
grupo, solo quedaba un auto y nuestra camioneta, ya todos se habían ido. Dado
lo alejado e intrincado del lugar, no hay la afluencia de público que se
observa en otros parajes. Los mexicanos
son grandes exploradores, eran la mayoría. Solo un español solitario abordó su
camionetica.
El sendero hasta llegar a la
fabulosa ciudad era pedregoso y difícil de caminar, por lo que era mejor que me
hubiera quedado, dijeron, solo que no sabían que el custodio se iría y me
quedaría sola en el lugar.
Pero no ocurrió nada desagradable
y ahora puedo comentar que estuve más de dos horas en un claro de la selva
virgen, sola, con una piedra y un palo que no me servirían de mucho si alguno
de sus habitantes salía a explorar.
Tomaron pocas fotos, pero el
lugar impresionó a todos con su majestuosidad, una verdadera ciudad escondida
en la selva.
En los sesenta kilómetros de
vuelta, no encontramos ni un auto, y solo cruzaron la vía los pavos silvestres
con sus crías, que en el atardecer comienzan a salir de las malezas.
Continuamos hasta XPUJIL. Gracias a que nuestro jefe de grupo ya ha
recorrido la zona y se conoce los rincones y los lugares adecuados, encontramos
un buen hotel para descansar.
Pasadas las ocho, comimos en un
café cerca y, como curiosidad, en la acera del frente habían montado una carpa
donde conversaba un grupo de personas. Creímos
que era alguna festividad. Era un
velorio.
La habitación del hotel tenía dos camas cameras, nos acomodamos y
dormimos como piedras. El día estuvo
“cargadito” de emociones.