Al día
siguiente, 25 de julio, el “de pie” era temprano para salir lo antes posible,
pero la intención es una y la acción es otra y entre la una y la otra casi
siempre había como dos horas de diferencia.
Las dos
parejas de la tercera edad fuimos a desayunar al ranchón del hotelito. Lo operan la esposa y el hijo del dueño, un
negocio familiar. Pero como estamos en la zona tropical y el calor enlentece,
no pudimos hacerlo, demoraban tanto, que nos avisaron que partíamos a las 9:30
hacia la Zona Arqueológica de Palenque.
Es de las
más representativas de la cultura prehispánica de México, junto a Chichén Itzá,
las enormes construcciones rescatadas a la selva, muchas en su estado original
y otras restauradas en lo posible, muestran la grandeza de una civilización de
la que no se conoce aún la causa de su desaparición.
La zona arqueológica toma su nombre de la
comunidad vecina fundada a finales del siglo XVI: Santo Domingo de Palenque. La
última acepción, también de origen español, significa “Estacada” o “Empalizada”, que es
una valla de madera que rodea un sitio para protegerlo. Es posible que los
indígenas conservaran en la memoria la existencia de obras defensivas en la
abandonada ciudad prehispánica. Por otra parte que provenga de la lengua
chol, refiriéndose al arroyo Otulum que significa “casas fortificadas” que
atraviesa la zona arqueológica. También se han empleado otros nombres para
referirse al antiguo asentamiento: Na Chán “ciudad de las serpientes”, Ghochan “cabeza
o capital de las culebras”, Nacan, Ototiun
“casa de piedra” y Chocan “serpiente
esculpida”, entre otros.
Los
habitantes locales le conocen con el nombre del riachuelo Otolum, cuyo
significado alterno es “lugar
de las piedras caídas”. Xhembobel-Moyos,
nombre de un pueblo inmediato, fue en una época también usado para designar las
ruinas.
Palenque fue junto con Tikal y Calakmul una de
las ciudades más poderosas del Clásico Maya, sede de una de las dinastías más
notables a la que pertenece Pakal, cuya tumba fue descubierta en 1952 por el
arqueólogo Alberto Ruz L’Huillier.
Como
todas las ciudades mayas del Clásico Palenque se relacionó con otras a través
de redes comerciales de intercambio o alianzas entre grupos de gobernantes. El
territorio se organizaba a partir de la existencia de ciudades estado, cuyos
centros han sido identificados por la presencia del llamado glifo emblema, pero
la base de esta organización: intercambio, alianzas y por supuesto la guerra,
supone una movilidad constante de la misma. Pero las inscripciones jeroglíficas
no sólo ofrecen la identificación del sitio, también dan cuenta de las alianzas
matrimoniales y políticas y las situaciones bélicas entre ciudades. Las
inscripciones mayas han sido ampliamente estudiadas por ser una de las primeras
manifestaciones de escritura en Mesoamérica
A la pirámide
que guardaba la tumba del Rey Pakal no se puede entrar, el féretro encontrado
al final de un túnel y bajo una loza de varias toneladas de peso está en un
museo.
Y existe la
creencia que el que desciende y viola el recinto, nunca regresa del
inframundo……por si acaso está cerrado el acceso.
Se preservan
muchas de las “estelas”, que son piedras cortadas con figuras y símbolos
relacionados con la vida y el culto a los dioses de esta enigmática civilización.
Recorrimos
casi todas las áreas, los que podían subían y bajaban pirámides y templos. Es
casi un ritual por lo que las ofrendas continúan, todo el que visita el lugar
sube las escalinatas de más de 45 grados de inclinación, con peldaños tallados
en la roca, con una huella muy pequeña, casi hay que poner la punta del pie.
Refieren que los mayas solo medían 1,40 m de estatura, de seguro también tenían
muy pequeño el pie.
Aunque un guía
nos comentó que por respeto a los dioses o al señor del lugar las pirámides y
templos se subían “gateando”, poniendo las manos o en su defecto con el cuerpo
inclinado y en diagonal, nunca erguido o de frente.
Puede que sea
la explicación de tan estrechos escalones además de la inclinación casi
vertical.
En todos estos
sitios se cobra el acceso a la carretera que conduce al lugar, y de nuevo en el
lugar. No es barato, dentro hay tianguis
de comida, souvenirs, sanitarios y el servicio de guía si es solicitado, lo que
también se paga.
En esta región
se habla una de las lenguas nativas,hay muchos vendedores, la mayoría niños
que son descendientes directos con poca o ninguna mezcla hispana, mantienen sus
costumbres, su idioma, sus creencias.
Venden collares y souvenirs alegóricos al famoso “calendario maya” y al
horóscopo…Yo les compré un cuadrado de piedra con algo que no sé lo que dice
pero que me aseguraron era mi signo. A
saber.
Los trabajos
sobre cuero son de muchos detalles, trabajan las piedras, los bordados, los
cuadros con plumas de las aves de la región, una gran diversidad de técnicas y
trabajos, todos dignos de exposición.
También tienen
una industria al por mayor para el turismo, pues vimos los mismos productos en
varias carpas y en lugares diferentes.
Aquellos
niñitos, pequeños, trigueños, te explicaban el significado de los símbolos que
tenían pintados en los pedacitos de piedra que vendían como collares, era
inevitable comprarles uno, aunque fuera.
Un arroyo de
agua fresca y cristalina que bajaba de las elevaciones es potable y atraviesa
una parte de las construcciones, así como la vegetación de selva que está “a la
mano” con sus correspondientes “changos”, monos aulladores, que se acercan
hasta el lugar donde están los visitantes sin miedo y sin preocupación, también
son parte de la oferta turística.
Contaban los amigos
que ya habían visitado el lugar con anterioridad, y que estuvieron hasta muy
tarde, que se oían los rugidos de pumas y jaguares que habitan la selva aledaña,
nosotros no los oímos, pero no quiere decir que no estén.
La
fauna es variada, se puede encontrar jabalí, armadillo, mapache, tortuga plana,
tortuga cocodrilo, puercoespín, coatí (tejón), tlacuache
(zarigüeya), venado cabrito, iguana de ribera, boa, coralillo y zopilote rey, así como
aves como colibrí pea, chachalacas, guacamayas y algunos tucanes, aunque una de
las especies más emblemáticas es el saraguato (Alouatta pigra) o mono aullador.
Estuvimos
un buen tiempo conociendo parte de la gran ciudad de la cultura maya durante el
período clásico, algo de los 7 km de este a oeste en que se estima su tamaño y
que aún no ha sido explorado totalmente. Además de que cuenta con la selva más
grande de México, “La selva Lacandona”
Terminado
el emocionante recorrido y el encuentro con una era de magia y dioses, partimos
hacia las cascadas emblemáticas de la zona, a Misol-Ha y cascadas de Aguas
Azules.
Sofocados
por la humedad de la selva, y el calor al que ya no estamos acostumbrados
llegamos primero a Misol-Ha, una caída libre de agua que explotan
turísticamente con un ranchón o palapa donde brindan refrigerios y donde los
visitantes pueden bajar hasta una poceta, y bañarse en las frescas aguas, o
caminar por un sendero que cruza por el fondo de la cascada, tomar fotos, salpicarse
con el rocío y refrescar.
A la
entrada hay varios puestos ofertando mazorcas de elote (maíz) hervidas a las
que untan mayonesa y ciertamente, muy sabrosas. Hasta los insectos se sienten
amodorrados con el calor y el sudor dulce y las mariposas se posan sin
preocupación en las manos, en la cabeza.
Ninguno
bajó a bañarse en la poceta, pero sí nos refrescamos con el ambiente y el rocío
del agua al caer. Al rato y antes que cayera la tarde continuamos hacia la
cascada de Aguas Azules…pero a minutos de partir comenzó un aguacero
característico de una región de selva, con multitud de ríos y cascadas, y no se
veía ni el camino por el que transitaba la camioneta…
Por el
camino fangoso, resbaladizo, que no era carretera, se veían caseríos de mucha
pobreza, nativas con sus típicas vestimentas y un cesto tejido a la espalda,
sostenido por una cinta desde su frente donde transportaban mercancías para
vender…algo que no pensé ver en este siglo.
En las
pequeñas y pobres casas, colgaban ropas típicas, sombreros, para la venta a los
turistas.
Llegamos
al área de la cascada, pero no podíamos bajarnos por la cantidad de agua que
caía y por cómo estaba el terreno. Un
lugareño nos dijo que ese día la cascada ya no era azul sino “café”, como le
dicen acá al color que nosotros bautizamos como “carmelita por la cantidad de
agua sucia que bajaba de las montañas, así que retrocedimos con la esperanza de
conocer el lugar en otra época del año con menos lluvias.
Cuando
llegamos al hotelito de la selva, aún era de día por el horario de verano, así
que fuimos a refrescar a la alberca (piscina), una ducha reparadora, a conocer
a Tito, el aullador que visita las instalaciones y a descansar para el
siguiente día.
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