viernes, 22 de febrero de 2019

PALENQUE (Bakal-Há) Y MISOL-HA

Al día siguiente, 25 de julio, el “de pie” era temprano para salir lo antes posible, pero la intención es una y la acción es otra y entre la una y la otra casi siempre había como dos horas de diferencia.
Las dos parejas de la tercera edad fuimos a desayunar al ranchón del hotelito.  Lo operan la esposa y el hijo del dueño, un negocio familiar. Pero como estamos en la zona tropical y el calor enlentece, no pudimos hacerlo, demoraban tanto, que nos avisaron que partíamos a las 9:30 hacia la Zona Arqueológica de Palenque.
Es de las más representativas de la cultura prehispánica de México, junto a Chichén Itzá, las enormes construcciones rescatadas a la selva, muchas en su estado original y otras restauradas en lo posible, muestran la grandeza de una civilización de la que no se conoce aún la causa de su desaparición.


La zona arqueológica toma su nombre de la comunidad vecina fundada a finales del siglo XVI: Santo Domingo de Palenque. La última acepción, también de origen español, significa “Estacada” o “Empalizada”, que es una valla de madera que rodea un sitio para protegerlo. Es posible que los indígenas conservaran en la memoria la existencia de obras defensivas en la abandonada ciudad prehispánica. Por otra parte que provenga de la lengua chol, refiriéndose al arroyo  Otulum  que significa “casas fortificadas” que atraviesa la zona arqueológica. También se han empleado otros nombres para referirse al antiguo asentamiento: Na Chán “ciudad de las serpientes”, Ghochan “cabeza o capital de las culebras”, Nacan, Ototiun  “casa de piedra” y Chocan “serpiente esculpida”, entre otros.
 Los habitantes locales le conocen con el nombre del riachuelo Otolum, cuyo significado alterno es “lugar de las piedras caídas”. Xhembobel-Moyos, nombre de un pueblo inmediato, fue en una época también usado para designar las ruinas.
Palenque fue junto con Tikal y Calakmul una de las ciudades más poderosas del Clásico Maya, sede de una de las dinastías más notables a la que pertenece Pakal, cuya tumba fue descubierta en 1952 por el arqueólogo Alberto Ruz L’Huillier.
 Como todas las ciudades mayas del Clásico Palenque se relacionó con otras a través de redes comerciales de intercambio o alianzas entre grupos de gobernantes. El territorio se organizaba a partir de la existencia de ciudades estado, cuyos centros han sido identificados por la presencia del llamado glifo emblema, pero la base de esta organización: intercambio, alianzas y por supuesto la guerra, supone una movilidad constante de la misma. Pero las inscripciones jeroglíficas no sólo ofrecen la identificación del sitio, también dan cuenta de las alianzas matrimoniales y políticas y las situaciones bélicas entre ciudades. Las inscripciones mayas han sido ampliamente estudiadas por ser una de las primeras manifestaciones de escritura en Mesoamérica


A la pirámide que guardaba la tumba del Rey Pakal no se puede entrar, el féretro encontrado al final de un túnel y bajo una loza de varias toneladas de peso está en un museo.
Y existe la creencia que el que desciende y viola el recinto, nunca regresa del inframundo……por si acaso está cerrado el acceso.
Se preservan muchas de las “estelas”, que son piedras cortadas con figuras y símbolos relacionados con la vida y el culto a los dioses de esta enigmática civilización.
Recorrimos casi todas las áreas, los que podían subían y bajaban pirámides y templos. Es casi un ritual por lo que las ofrendas continúan, todo el que visita el lugar sube las escalinatas de más de 45 grados de inclinación, con peldaños tallados en la roca, con una huella muy pequeña, casi hay que poner la punta del pie. Refieren que los mayas solo medían 1,40 m de estatura, de seguro también tenían muy pequeño el pie.
Aunque un guía nos comentó que por respeto a los dioses o al señor del lugar las pirámides y templos se subían “gateando”, poniendo las manos o en su defecto con el cuerpo inclinado y en diagonal, nunca erguido o de frente.

Puede que sea la explicación de tan estrechos escalones además de la inclinación casi vertical.
En todos estos sitios se cobra el acceso a la carretera que conduce al lugar, y de nuevo en el lugar.  No es barato, dentro hay tianguis de comida, souvenirs, sanitarios y el servicio de guía si es solicitado, lo que también se paga.
En esta región se habla una de las lenguas nativas,hay muchos vendedores, la mayoría niños que son descendientes directos con poca o ninguna mezcla hispana, mantienen sus costumbres, su idioma, sus creencias.
  Venden collares y souvenirs alegóricos al famoso “calendario maya” y al horóscopo…Yo les compré un cuadrado de piedra con algo que no sé lo que dice pero que me aseguraron era mi signo.   A saber.
Los trabajos sobre cuero son de muchos detalles, trabajan las piedras, los bordados, los cuadros con plumas de las aves de la región, una gran diversidad de técnicas y trabajos, todos dignos de exposición.

También tienen una industria al por mayor para el turismo, pues vimos los mismos productos en varias carpas y en lugares diferentes.
Aquellos niñitos, pequeños, trigueños, te explicaban el significado de los símbolos que tenían pintados en los pedacitos de piedra que vendían como collares, era inevitable comprarles uno, aunque fuera.
Un arroyo de agua fresca y cristalina que bajaba de las elevaciones es potable y atraviesa una parte de las construcciones, así como la vegetación de selva que está “a la mano” con sus correspondientes “changos”, monos aulladores, que se acercan hasta el lugar donde están los visitantes sin miedo y sin preocupación, también son parte de la oferta turística.  
Contaban los amigos que ya habían visitado el lugar con anterioridad, y que estuvieron hasta muy tarde, que se oían los rugidos de pumas y jaguares que habitan la selva aledaña, nosotros no los oímos, pero no quiere decir que no estén.
La fauna  es variada, se puede encontrar jabalí, armadillo, mapache, tortuga plana, tortuga cocodrilo, puercoespín, coatí (tejón), tlacuache (zarigüeya), venado cabrito, iguana de ribera, boa, coralillo y zopilote rey, así como aves como colibrí pea, chachalacas, guacamayas y algunos tucanes, aunque una de las especies más emblemáticas es el saraguato (Alouatta pigra) o mono aullador.
Estuvimos un buen tiempo conociendo parte de la gran ciudad de la cultura maya durante el período clásico, algo de los 7 km de este a oeste en que se estima su tamaño y que aún no ha sido explorado totalmente. Además de que cuenta con la selva más grande de México, “La selva Lacandona”
Terminado el emocionante recorrido y el encuentro con una era de magia y dioses, partimos hacia las cascadas emblemáticas de la zona, a Misol-Ha y cascadas de Aguas Azules.
Sofocados por la humedad de la selva, y el calor al que ya no estamos acostumbrados llegamos primero a Misol-Ha, una caída libre de agua que explotan turísticamente con un ranchón o palapa donde brindan refrigerios y donde los visitantes pueden bajar hasta una poceta, y bañarse en las frescas aguas, o caminar por un sendero que cruza por el fondo de la cascada, tomar fotos, salpicarse con el rocío y refrescar.
A la entrada hay varios puestos ofertando mazorcas de elote (maíz) hervidas a las que untan mayonesa y ciertamente, muy sabrosas. Hasta los insectos se sienten amodorrados con el calor y el sudor dulce y las mariposas se posan sin preocupación en las manos, en la cabeza.
Ninguno bajó a bañarse en la poceta, pero sí nos refrescamos con el ambiente y el rocío del agua al caer. Al rato y antes que cayera la tarde continuamos hacia la cascada de Aguas Azules…pero a minutos de partir comenzó un aguacero característico de una región de selva, con multitud de ríos y cascadas, y no se veía ni el camino por el que transitaba la camioneta…
Por el camino fangoso, resbaladizo, que no era carretera, se veían caseríos de mucha pobreza, nativas con sus típicas vestimentas y un cesto tejido a la espalda, sostenido por una cinta desde su frente donde transportaban mercancías para vender…algo que no pensé ver en este siglo.
En las pequeñas y pobres casas, colgaban ropas típicas, sombreros, para la venta a los turistas.
Llegamos al área de la cascada, pero no podíamos bajarnos por la cantidad de agua que caía y por cómo estaba el terreno.   Un lugareño nos dijo que ese día la cascada ya no era azul sino “café”, como le dicen acá al color que nosotros bautizamos como “carmelita por la cantidad de agua sucia que bajaba de las montañas, así que retrocedimos con la esperanza de conocer el lugar en otra época del año con menos lluvias.
Cuando llegamos al hotelito de la selva, aún era de día por el horario de verano, así que fuimos a refrescar a la alberca (piscina), una ducha reparadora, a conocer a Tito, el aullador que visita las instalaciones y a descansar para el siguiente día.






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