Después de instalarnos en dos habitaciones
de la segunda planta del hotel Misión, en Ciudad Valles, bajamos al restaurante
que se encontraba vacío, éramos los únicos comensales. Comimos caliente, con gusto, porque desde el
desayuno solo habíamos ingerido jugos y agua y había que reponer fuerzas, que
el calor al que no estamos acostumbrados agota mucho.
Terminado
el almuerzo decidimos visitar el centro turístico más cercano, las Cascadas
Micos o Pago Pago, a solo treinta minutos de viaje de la ciudad.
Al igual que la mayoría de los Pueblos
Mágicos o lugares de turismo ecológico, las cascadas y todo su entorno son
administradas por los pobladores de la región, que se han organizado para
mantener el orden, la limpieza y el funcionamiento en general del paraje
natural, creando fuentes de trabajo para los habitantes, y vinculando la
conservación con la obtención de su medio de vida.
Al llegar, los lugareños nos indicaron
dónde podíamos estacionar. Cobran el acceso al camino vecinal separado de la
ruta principal por una gran puerta rústica.
A la entrada se encuentra el primer negocio, un pequeño local hecho de
troncos de árboles y techo improvisado donde venden zapatos para entrar al
agua, artesanías alegóricas, trusas, shorts, y lo necesario para pasar un día
navegando y disfrutando del río y las cascadas.
Al igual que en un día de playa en Cuba,
estacionamos el auto y nos cambiamos dentro del mismo la ropa, por trusas y
chancletas para estar cómodos y a tono con el lugar. Menos yo, que no podía nadar en el río ancho
y caudaloso ni tirarme desde lo alto de las cascadas.
En el trayecto hasta el sitio donde se
preparaban los excursionistas, el sendero de terracería estaba resbaloso, hilos
del agua caída de la lluvia anterior, convertían en lodo el camino de
tierra. Grandes y pequeñas mesas de
piedra con sus bancos también de piedra se esparcían por el lugar para que los
visitantes tuvieran donde acomodarse.
Casi todo estaba lleno. Muchos toldos
estaban ubicados a la orilla del río para dar sombra a diferentes espacios de
ventas de comidas, ropas, artículos artesanales, sombreros, refrescos, aguas, y
locales con servicios sanitarios. Hay
variedad de ofertas en estos pintorescos tianguis desde donde se contempla el
ancho y cristalino río, con un pequeño malecón y canales por los que los más
pequeños se deslizan para caer al agua.
En una especie de pequeña explanada se
encuentran los “guías”.
Son pobladores
que entrenados como buenos nadadores y conocedores del lugar forman grupos de
excursionistas para remontar el río y luego descender saltando en cada una de
las 7 cascadas que en forma escalonada están separadas una de la otra por pozas
cristalinas ideales para nadar. La longitud varía desde la más alta que se
encuentra en la parte superior del paraje y mide 20 metros, hasta pequeñas
cascaditas de 1 metro de altura.
La logística está asegurada. Allí mismo alquilan cascos, chalecos
salvavidas de alta flotabilidad, zapatos para agua, pues no se puede caminar
descalzo por el fondo del río, y luego de impartir las instrucciones para garantizar
la seguridad, el grupo camina durante mas de una hora hacia la cascada mayor,
para luego retornar descendiendo una a una. A esta diversión la llaman
“Cascading”
También hay otras modalidades, algo más osadas:
kayaks, rafting, (descenso en balsa) Llanting (lanzarse en una llanta inflada
por todos los saltos de agua), paseos en unos botecitos pegados al agua, y
algunas menos atrevidas como las caminatas y la observación de aves. Una tirolesa a lo largo del río, permite
divisar el paisaje desde lo alto.
Los jóvenes emprendieron la marcha de las
cataratas, provistos de su equipo acuático.
Los mayores nos quedamos en la contemplación del agua, respirando aire
puro y desintoxicándonos de tanto asfalto.
En eso comenzó a llover. Un
aguacero de selva, de esos que no se distingue a dos metros, y presurosos nos
refugiamos en uno de los comercios, bajo la lona que goteaba bastante, pero que
al menos protegía del inesperado “golpe de agua”. De aquí en lo adelante sería un elemento más
del paseo. La lluvia intensa.
Llovió, escampó, el terreno ya era un
lodazal y costaba caminar sin resbalar.
Los aventureros comenzaban a retornar emocionados y mojados, luego de
sortear los obstáculos naturales y demostrar que podían hacerlo.
Atardecía y el sitio estaba por
cerrar. Empapados unos con el agua del
río, salpicados nosotros con la lluvia, nos secamos como pudimos en el auto y
emprendimos el regreso. Llegamos
oscureciendo a la ciudad y para sorpresa los comercios estaban cerrados. Acostumbrados a la capital, donde los
horarios son hasta la medianoche y muchos se mantienen abiertos las 24 horas,
nos sorprendió. Terminamos encontrando una heladería que ya estaba recogiendo,
pero que nos hizo el favor de servirnos para terminar con un helado el primer
día de experiencias en la Huasteca, mañana seguiremos viaje.
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot.