viernes, 31 de mayo de 2019

CASCADAS MICOS-HUASTECA


    Después de instalarnos en dos habitaciones de la segunda planta del hotel Misión, en Ciudad Valles, bajamos al restaurante que se encontraba vacío, éramos los únicos comensales.  Comimos caliente, con gusto, porque desde el desayuno solo habíamos ingerido jugos y agua y había que reponer fuerzas, que el calor al que no estamos acostumbrados agota mucho.   
    Terminado el almuerzo decidimos visitar el centro turístico más cercano, las Cascadas Micos o Pago Pago, a solo treinta minutos de viaje de la ciudad.
    Al igual que la mayoría de los Pueblos Mágicos o lugares de turismo ecológico, las cascadas y todo su entorno son administradas por los pobladores de la región, que se han organizado para mantener el orden, la limpieza y el funcionamiento en general del paraje natural, creando fuentes de trabajo para los habitantes, y vinculando la conservación con la obtención de su medio de vida.
   Al llegar, los lugareños nos indicaron dónde podíamos estacionar. Cobran el acceso al camino vecinal separado de la ruta principal por una gran puerta rústica.  A la entrada se encuentra el primer negocio, un pequeño local hecho de troncos de árboles y techo improvisado donde venden zapatos para entrar al agua, artesanías alegóricas, trusas, shorts, y lo necesario para pasar un día navegando y disfrutando del río y las cascadas.
     Al igual que en un día de playa en Cuba, estacionamos el auto y nos cambiamos dentro del mismo la ropa, por trusas y chancletas para estar cómodos y a tono con el lugar.  Menos yo, que no podía nadar en el río ancho y caudaloso ni tirarme desde lo alto de las cascadas.
  En el trayecto hasta el sitio donde se preparaban los excursionistas, el sendero de terracería estaba resbaloso, hilos del agua caída de la lluvia anterior, convertían en lodo el camino de tierra.  Grandes y pequeñas mesas de piedra con sus bancos también de piedra se esparcían por el lugar para que los visitantes tuvieran donde acomodarse.  Casi todo estaba lleno.  Muchos toldos estaban ubicados a la orilla del río para dar sombra a diferentes espacios de ventas de comidas, ropas, artículos artesanales, sombreros, refrescos, aguas, y locales con servicios sanitarios.  Hay variedad de ofertas en estos pintorescos tianguis desde donde se contempla el ancho y cristalino río, con un pequeño malecón y canales por los que los más pequeños se deslizan para caer al agua.
     En una especie de pequeña explanada se encuentran los “guías”. 
  Son pobladores que entrenados como buenos nadadores y conocedores del lugar forman grupos de excursionistas para remontar el río y luego descender saltando en cada una de las 7 cascadas que en forma escalonada están separadas una de la otra por pozas cristalinas ideales para nadar. La longitud varía desde la más alta que se encuentra en la parte superior del paraje y mide 20 metros, hasta pequeñas cascaditas de 1 metro de altura.
     La logística está asegurada.  Allí mismo alquilan cascos, chalecos salvavidas de alta flotabilidad, zapatos para agua, pues no se puede caminar descalzo por el fondo del río, y luego de impartir las instrucciones para garantizar la seguridad, el grupo camina durante mas de una hora hacia la cascada mayor, para luego retornar descendiendo una a una. A esta diversión la llaman “Cascading”
 También hay otras modalidades, algo más osadas: kayaks, rafting, (descenso en balsa) Llanting (lanzarse en una llanta inflada por todos los saltos de agua), paseos en unos botecitos pegados al agua, y algunas menos atrevidas como las caminatas y la observación de aves.  Una tirolesa a lo largo del río, permite divisar el paisaje desde lo alto.
     Los jóvenes emprendieron la marcha de las cataratas, provistos de su equipo acuático.  Los mayores nos quedamos en la contemplación del agua, respirando aire puro y desintoxicándonos de tanto asfalto.  En eso comenzó a llover.  Un aguacero de selva, de esos que no se distingue a dos metros, y presurosos nos refugiamos en uno de los comercios, bajo la lona que goteaba bastante, pero que al menos protegía del inesperado “golpe de agua”.  De aquí en lo adelante sería un elemento más del paseo.  La lluvia intensa.
    Llovió, escampó, el terreno ya era un lodazal y costaba caminar sin resbalar.  Los aventureros comenzaban a retornar emocionados y mojados, luego de sortear los obstáculos naturales y demostrar que podían hacerlo.
     Atardecía y el sitio estaba por cerrar.  Empapados unos con el agua del río, salpicados nosotros con la lluvia, nos secamos como pudimos en el auto y emprendimos el regreso.  Llegamos oscureciendo a la ciudad y para sorpresa los comercios estaban cerrados.  Acostumbrados a la capital, donde los horarios son hasta la medianoche y muchos se mantienen abiertos las 24 horas, nos sorprendió. Terminamos encontrando una heladería que ya estaba recogiendo, pero que nos hizo el favor de servirnos para terminar con un helado el primer día de experiencias en la Huasteca, mañana seguiremos viaje.
 Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot.
    

    




sábado, 25 de mayo de 2019

HUASTECA POTOSINA- San Luis Potosí-Ciudad Valles




      El ancho mundo nos reclamaba de nuevo, las autopistas estaban ansiosas por vernos rodar, y ese verano emprendimos viaje a la región conocida como Huasteca-Potosina.  Es parte de la Sierra Madre Oriental y se localiza en el estado de San Luis Potosí. Comprende varios territorios: el norte de Veracruz, el sur de Tamaulipas y parte de los estados de San Luis Potosí, Puebla e Hidalgo.  Posee un rico ecosistema selvático y una belleza natural excepcional con ríos, abismos y cascadas, escenarios perfectos para el turismo de aventura que prefieren los más jóvenes.
     En esta oportunidad viajamos en familia, y había espacio para todos en el auto recién adquirido que por primera vez haría recorridos largos.   Entre los objetivos del viaje estaba asistir a la discusión de tesis de diplomado de una amiga, estudiante de arqueología, en una sede universitaria de San Luis Potosí.  Y esa fue la primera parada.
     Llegamos a la ciudad después del mediodía, y sin hacer escala alguna nos dirigimos rápidamente al recinto donde tendría lugar la presentación.   Sintiendo el calor del verano en la piel, solo tuvimos tiempo de refrescar con agua y sentarnos un rato en los bancos ubicados debajo de grandes árboles, en el patio del lugar.
     Una vez terminada la exposición de la estudiante y obtenida la calificación EXCELENTE, la familia nos invitó a un brindis en un salón dispuesto para estas celebraciones.  Allí al fin almorzamos platillos regionales, dulces caseros, mucha agua para atenuar el calor, y compartimos con los nuevos amigos potosinos.
     Amablemente nos indicaron un buen lugar para alojarnos, y hacia allí nos dirigimos: un hotel muy céntrico, con habitaciones cómodas y un sistema de seguridad con el que me enredé un poco, pero al fin podía descansar.  La familia decidió conocer la ciudad en la noche, pero luego de una ducha caliente, un pijama y una almohada era lo único que apetecía.  Y eso hice, me acosté a dormir.
     Después del desayuno en el hotel, reiniciamos el viaje, esta vez a Ciudad Valles, conocida como el corazón de la Huasteca, por ser el punto de partida hacia los diferentes atractivos turísticos.  Buscamos hospedaje en varios lugares.  Unos no tenían habitaciones disponibles, otros estaban fuera del presupuesto, hasta que al fin rentamos en una edificación del año 1938, que debió ser la vivienda de una hacienda, por el diseño arquitectónico, y que acondicionada como hotel resultó muy acogedora.  Al fin nos sentamos en el restaurante a comer caliente.  Tengo conflicto con el café, en pocos lugares logran hacerlo expreso, es costumbre tomarlo al estilo “americano”, una taza grande de un agua de café, aunque la calidad del grano es excelente en sabor y aroma.   Esta vez el gentil camarero se esforzó en mezclar las proporciones adecuadas y me brindó una verdadera taza de café que me reanimó del cansancio acumulado a pesar de que dormí placenteramente.
     No se podía perder tiempo descansando mucho.  A unos 30 minutos de la ciudad se encontraban las Cascadas Micos o Pago Pago.  Hacia allí enfilamos la proa del Avanza, modelo del Toyota en que viajábamos y que se comportó con eficiencia en su primer viaje a través de la Sierra.
 Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot
    



domingo, 19 de mayo de 2019

DESIERTO DE LOS LEONES


     Los paseos al Parque Nacional Desierto de los Leones, o como era llamado antiguamente, “El Desierto de Nuestra Señora del Carmen en los Montes de Santa Fe”, también los hemos disfrutado en grupo.   Aprovechamos las visitas de familiares o amigos para que conozcan el lugar y gustar de un día de campismo en un sitio plagado de historia y naturaleza.
     El primer viaje lo hicimos en el mes de diciembre.  Recorrimos en automóvil los 32 kilómetros que lo separan de la ciudad, y llegando al paraje transitamos por una carretera bordeada por varias especies de pinos, abundante vegetación, quebradas, saltos de agua, senderos para los que gustan caminar. Muy diferente a lo que conocemos como “desierto”.   Ese día se sentía un frío de esos que “pela” como decimos los cubanos y al que no estamos acostumbrados en nuestro tropical invierno.  Había escarcha en el suelo y en las ramas de los pinos.   A ambos lados del camino hay hornos preparados y bancos rústicos para que los visitantes cocinen sus propios alimentos y recreen su día de campo. 

     La paz y tranquilidad de lo aislado del lugar, invitó a la Orden de los Carmelitas Descalzos a establecer su retiro de oración y meditación en este paraje, y se fundó el primer convento de México a principios del siglo XVII. 

     A principios del Siglo XX fue declarado Parque Nacional, estando muy ligado al desarrollo de la ciudad debido a que sus manantiales eran fundamentales para suministrar agua por medio del acueducto a la creciente población citadina.  Aún se conservan los sistemas de recolección y distribución del preciado líquido a través de canales hechos en la piedra y que por gravedad llenaban los depósitos y cisternas que abastecían al monasterio y a los habitantes de la zona.
     Además de ser un paraje de turismo ecológico, es uno de los principales “pulmones” de la Ciudad de México.
     Existen dos versiones sobre el origen del nombre.  Una de ellas refiere que en el lugar habitaba el gato montés, también llamado león americano.  La segunda versión, procede del apellido de los dueños de las tierras y representantes de los Carmelitas ante la Corona Española, los hermanos León.  Igualmente, se le denominó “desierto” debido a la tranquilidad, lejanía y paz observada por los religiosos.
     Alrededor del año 1801 la orden religiosa abandonó el convento.  El clima frío de la zona lo convertía en un lugar prácticamente inhabitable.  El crecimiento poblacional atrajo cada vez a más visitantes, poniendo en riesgo el voto de silencio de los monjes. Y el más importante, las disputas por el terreno entre diferentes familias que reclamaban ser los dueños.
    Hasta su proclamación como Parque Nacional, las instalaciones fueron utilizadas con objetivos diferentes, sin embargo, las construcciones se han mantenido en buen estado a pesar del tiempo y el uso indiscriminado.  Edificaciones de piedra que han resistido el paso del tiempo. Puertas de antiguas maderas y forja por las que entraban y salían silenciosamente los frailes, hoy son franqueadas por jóvenes novias que deciden celebrar su matrimonio en la capilla del convento.  Senderos para los caminantes que atraviesan los bosques de pinos y jardines en los que se pierde la vista, ofrecen un día de relajación total.
    Luego de recorrer lo que otrora fue un santuario de retiro y oración, y que hoy, muy bien conservado, es un parque ecológico y turístico, bajamos de nuevo por la carretera hasta uno de los hornos de piedra, para cocinar las carnitas y botanas que llevamos, que tanto caminar y tanto aire puro abren el apetito.   Los más expertos encendieron el fuego con ramas secas recogidas en los alrededores, y aunque se autotitularon conocedores, el humo no nos dejaba respirar.  Asamos carnitas, pechugas de pollo, nopales, cebollitas y todos muy juntitos alrededor del fuego para calentarnos. 

Abrigos y gorros como vestimenta, y el calor de los amigos y familiares lograron que el día transcurriera sin darnos cuenta.  Ya al atardecer, cuando el sol se fue enfriando, tuvimos que recoger el campamento.  Había un fríooooo…como el que hizo que los monjes trasladaran su convento siglos atrás.  Volveremos en verano.
 Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot