El ancho mundo nos reclamaba de nuevo, las
autopistas estaban ansiosas por vernos rodar, y ese verano emprendimos viaje a
la región conocida como Huasteca-Potosina. Es parte de la Sierra Madre Oriental y se
localiza en el estado de San Luis Potosí. Comprende varios territorios: el norte de
Veracruz, el sur de Tamaulipas y parte de los estados de San Luis Potosí,
Puebla e Hidalgo. Posee un rico
ecosistema selvático y una belleza natural excepcional con ríos, abismos y
cascadas, escenarios perfectos para el turismo de aventura que prefieren los
más jóvenes.
En esta oportunidad viajamos en familia, y
había espacio para todos en el auto recién adquirido que por primera vez haría
recorridos largos. Entre los objetivos
del viaje estaba asistir a la discusión de tesis de diplomado de una amiga, estudiante de arqueología, en una sede universitaria de San Luis Potosí. Y esa fue la primera parada.
Llegamos a la ciudad después del mediodía,
y sin hacer escala alguna nos dirigimos rápidamente al recinto donde tendría
lugar la presentación. Sintiendo el
calor del verano en la piel, solo tuvimos tiempo de refrescar con agua y
sentarnos un rato en los bancos ubicados debajo de grandes árboles, en el patio
del lugar.
Una vez terminada la exposición de la
estudiante y obtenida la calificación EXCELENTE, la familia nos invitó a un
brindis en un salón dispuesto para estas celebraciones. Allí al fin almorzamos platillos regionales,
dulces caseros, mucha agua para atenuar el calor, y compartimos con los nuevos amigos
potosinos.
Amablemente nos indicaron un buen lugar
para alojarnos, y hacia allí nos dirigimos: un hotel muy céntrico, con
habitaciones cómodas y un sistema de seguridad con el que me enredé un poco,
pero al fin podía descansar. La familia
decidió conocer la ciudad en la noche, pero luego de una ducha caliente, un pijama
y una almohada era lo único que apetecía.
Y eso hice, me acosté a dormir.
Después del desayuno en el hotel,
reiniciamos el viaje, esta vez a Ciudad Valles, conocida como el corazón de la
Huasteca, por ser el punto de partida hacia los diferentes atractivos
turísticos. Buscamos hospedaje en varios
lugares. Unos no tenían habitaciones
disponibles, otros estaban fuera del presupuesto, hasta que al fin rentamos en una
edificación del año 1938, que debió ser la vivienda de una hacienda, por el
diseño arquitectónico, y que acondicionada como hotel resultó muy
acogedora. Al fin nos sentamos en el
restaurante a comer caliente. Tengo
conflicto con el café, en pocos lugares logran hacerlo expreso, es costumbre
tomarlo al estilo “americano”, una taza grande de un agua de café, aunque la
calidad del grano es excelente en sabor y aroma. Esta vez el gentil camarero se esforzó en
mezclar las proporciones adecuadas y me brindó una verdadera taza de café que
me reanimó del cansancio acumulado a pesar de que dormí placenteramente.
No se podía perder tiempo descansando
mucho. A unos 30 minutos de la ciudad se
encontraban las Cascadas Micos o Pago Pago.
Hacia allí enfilamos la proa del Avanza, modelo del Toyota en que
viajábamos y que se comportó con eficiencia en su primer viaje a través de la
Sierra.
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot
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