Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
La casa donde transcurrió parte de la
infancia de Sor Juana Inés, la biblioteca donde aprendió a leer, su
reclinatorio, su jardín, no podían quedar sin ser visitados en un paseo a la
Hacienda Panoaya, a los pies de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Nos proponíamos conocer el lugar desde hacía
tiempo, pero por diferentes razones se iba postergando, una de ellas era evitar
llegar hasta las laderas de los volcanes en invierno, porque el clima resulta
incómodo para nuestra sensibilidad tropical.
Ese domingo era invierno, pero no había
mucho frío. No obstante, llevamos doble
abrigo, doble pantalón, doble medias, y sweaters de repuesto, aumentando con
ropa unos cuantos kilos. De ahí que en todas
las fotos de ese día parezcamos focas albinas.
Llegar al municipio de Amecameca no es
difícil, tampoco es lejos de la ciudad, así que a media mañana estábamos
entrando en la Hacienda que data del siglo XVII, edificada poco después del
paso de Hernán Cortes por esas tierras, en su marcha hacia la gran
Tenochtitlán.
Hoy es un centro turístico que ofrece
diversas distracciones. La visita a la casa-museo resulta la más interesante. Posee el Museo Internacional de los Volcanes,
un pequeño zoológico con ejemplares de más de 15 especies conviviendo libres en
espacios adaptados y con los que el público puede relacionarse de forma
directa. Cuenta con un laberinto inglés donde es fácil perderse, aunque tiene
un mirador en lo alto, que sirve para orientar a los que no encuentren la
salida. Una tirolesa alpina, un pequeño
lago con lanchas, aviarios, espectáculos con animales, tiendas, áreas de
cafeterías y restaurantes e incluso servicios de hotel.
Los recorridos para conocer la vivienda de
Sor Juana son dirigidos, y acababan de entrar los primeros visitantes. Tienen
mucho cuidado que sean grupos pequeños para no dañar las instalaciones, por lo
que salimos a recorrer otras áreas del lugar esperando el siguiente horario de
entrada, que sería después del mediodía.
En el zoológico-granja de los Venados Acariciables,
el público asistente puede conocer, tocar y dar de comer a especies como cerdos
enanos, aves, conejos, cabras, venados, y algunas no tan domésticas como
antílopes, dromedarios, llamas, pero muy mansas y adaptables. Nosotros también compramos pienso y
zanahorias para los inquilinos del zoo.
Al laberinto diseñado y patentado en
Inglaterra, solo entraron los jóvenes, soy incapaz de orientarme en una calle
ancha, iluminada y conocida, donde siempre voy hacia el “otro lado”. De seguro
tendrían que sacarme de allí porque me perdería. Durante la época medieval, una
de las diversiones en los castillos europeos era la de recorrer y encontrar la
salida de estos lugares.
Ese día había una enorme carpa donde se
celebraba una “Feria de la Cerveza”. Pero dejamos esa experiencia alcohólica
para después de la visita al museo, y mientras, visitamos el de los volcanes,
donde muestran piedras enormes lanzadas durante las erupciones, no solo los de
la zona, sino de otros que aún se encuentran activos en el país. En una pequeña sala muestran, mediante fotos
y videos, la formación y evolución de estas estructuras geológicas. Había calor en el espacio cerrado. Parecía que la lava circulaba por el piso, aunque quizás fuera el exceso de abrigos para
el lugar, que ese día resultó cálido.
Cercana la hora de comenzar la visita al
museo, cruzamos un puente de piedras que conduce a la entrada de la vivienda arrendada
por el abuelo de Juana Inés de Asbaje y Ramírez. La poetisa vivió en la hacienda de los 3 a los
8 años. Aquí aprendió a leer a
escondidas en la biblioteca, que como es conocido en esa época no era bien
visto que una mujer fuera “ilustrada”. En las habitaciones, los pasillos y en la
capilla de la Hacienda, se puede sentir la presencia de la niña que llegaría a
ser la mujer más significativa de su época.
«Vivir sola... no tener ocupación alguna
obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que
impidiese el sosegado silencio de mis libros». Escribió.
La construcción fue restaurada recreando con
fidelidad el ambiente que vivió la niña Juana.
Rodeando el patio central, anchos corredores dan acceso a las
habitaciones ambientadas con muebles y ornamentos originales de la vivienda. Un cuadro que retrata a Sor Juana con los
hábitos de la orden religiosa fue pintado cuando tenía 15 años de edad, y el
lienzo se conserva en perfecto estado. Maderas pulidas por el tiempo, losas de
piedra en los pisos, techos de madera y tejas y puertas con aldabas de bronce, reciben
al visitante con sus más de 400 años de supervivencia.
Los campos y senderos bordeados de árboles,
los jardines con los volcanes de telón de fondo logran que el paisaje sea
cautivador. Caminando por el lugar, se
respira más que aire puro, se respira una sensación de profundidad y paz que
renueva. Se pierde la mirada entre el
color verde de la campiña, el blanco de la cima de los volcanes y el azul del
cielo.
Muchos excursionistas acampan en pequeñas
casas de lona en un área destinada para ello. Imagino las noches estrelladas, como
nunca se pueden ver en la ciudad.
Luego de recorrer cada rincón de la
vivienda, oyendo la explicación y los detalles que brindan los guías, salimos
repletos de historia hacia la carpa de la cerveza.
Cerca estaban brindando un espectáculo con
animales. Una boa a la que no me
acerqué, un cachorro de león al que los niños ofrecían un biberón y que me dio
mucha compasión al ver humillada su condición salvaje con un collar atado a su
cuello. También había aves amaestradas, y
hasta un cocodrilo. Pero esas
distracciones no me complacen.
En la carpa, nos sentamos alrededor de
unas mesas colocadas sobre la hierba con la vista de los volcanes al frente, o
detrás, según estuviéramos situados, y
en eso comenzó el aire. No supimos si
era habitual que al atardecer cambiara el viento, o que iba a formarse una
tormenta, solo supimos que volaron sombreros y gorras, y que la degustación de
cervezas de varias marcas, fabricantes y países fue apresurada y bajo
condiciones climáticas diferentes a las que encontramos en la mañana.
La ventisca duró una media hora acompañada
de una lluvia fina y fría. En cuanto las
ráfagas de aire y la llovizna comenzaron a menguar, regresamos al coche para
emprender el regreso, dejando atrás una visión idílica de campos, montañas y
nieve. Verdes, blancos y azules mezclados en un atardecer digno de una paleta
de artista.
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot
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