lunes, 13 de mayo de 2019

HACIENDA PANOAYA


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

       La casa donde transcurrió parte de la infancia de Sor Juana Inés, la biblioteca donde aprendió a leer, su reclinatorio, su jardín, no podían quedar sin ser visitados en un paseo a la Hacienda Panoaya, a los pies de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl.  Nos proponíamos conocer el lugar desde hacía tiempo, pero por diferentes razones se iba postergando, una de ellas era evitar llegar hasta las laderas de los volcanes en invierno, porque el clima resulta incómodo para nuestra sensibilidad tropical.

  Ese domingo era invierno, pero no había mucho frío.  No obstante, llevamos doble abrigo, doble pantalón, doble medias, y sweaters de repuesto, aumentando con ropa unos cuantos kilos.  De ahí que en todas las fotos de ese día parezcamos focas albinas.
     Llegar al municipio de Amecameca no es difícil, tampoco es lejos de la ciudad, así que a media mañana estábamos entrando en la Hacienda que data del siglo XVII, edificada poco después del paso de Hernán Cortes por esas tierras, en su marcha hacia la gran Tenochtitlán.
     Hoy es un centro turístico que ofrece diversas distracciones. La visita a la casa-museo resulta la más interesante.  Posee el Museo Internacional de los Volcanes, un pequeño zoológico con ejemplares de más de 15 especies conviviendo libres en espacios adaptados y con los que el público puede relacionarse de forma directa. Cuenta con un laberinto inglés donde es fácil perderse, aunque tiene un mirador en lo alto, que sirve para orientar a los que no encuentren la salida.  Una tirolesa alpina, un pequeño lago con lanchas, aviarios, espectáculos con animales, tiendas, áreas de cafeterías y restaurantes e incluso servicios de hotel.
    Los recorridos para conocer la vivienda de Sor Juana son dirigidos, y acababan de entrar los primeros visitantes. Tienen mucho cuidado que sean grupos pequeños para no dañar las instalaciones, por lo que salimos a recorrer otras áreas del lugar esperando el siguiente horario de entrada, que sería después del mediodía.
     En el zoológico-granja de los Venados Acariciables, el público asistente puede conocer, tocar y dar de comer a especies como cerdos enanos, aves, conejos, cabras, venados, y algunas no tan domésticas como antílopes, dromedarios, llamas, pero muy mansas y adaptables.  Nosotros también compramos pienso y zanahorias para los inquilinos del zoo.
     Al laberinto diseñado y patentado en Inglaterra, solo entraron los jóvenes, soy incapaz de orientarme en una calle ancha, iluminada y conocida, donde siempre voy hacia el “otro lado”. De seguro tendrían que sacarme de allí porque me perdería. Durante la época medieval, una de las diversiones en los castillos europeos era la de recorrer y encontrar la salida de estos lugares. 
     Ese día había una enorme carpa donde se celebraba una “Feria de la Cerveza”. Pero dejamos esa experiencia alcohólica para después de la visita al museo, y mientras, visitamos el de los volcanes, donde muestran piedras enormes lanzadas durante las erupciones, no solo los de la zona, sino de otros que aún se encuentran activos en el país.  En una pequeña sala muestran, mediante fotos y videos, la formación y evolución de estas estructuras geológicas.  Había calor en el espacio cerrado.  Parecía que la lava circulaba por el piso,  aunque quizás fuera el exceso de abrigos para el lugar, que ese día resultó cálido.

     Cercana la hora de comenzar la visita al museo, cruzamos un puente de piedras que conduce a la entrada de la vivienda arrendada por el abuelo de Juana Inés de Asbaje y Ramírez.  La poetisa vivió en la hacienda de los 3 a los 8 años.  Aquí aprendió a leer a escondidas en la biblioteca, que como es conocido en esa época no era bien visto que una mujer fuera “ilustrada”.   En las habitaciones, los pasillos y en la capilla de la Hacienda, se puede sentir la presencia de la niña que llegaría a ser la mujer más significativa de su época.

 «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros». Escribió.

     La construcción fue restaurada recreando con fidelidad el ambiente que vivió la niña Juana.  Rodeando el patio central, anchos corredores dan acceso a las habitaciones ambientadas con muebles y ornamentos originales de la vivienda.  Un cuadro que retrata a Sor Juana con los hábitos de la orden religiosa fue pintado cuando tenía 15 años de edad, y el lienzo se conserva en perfecto estado. Maderas pulidas por el tiempo, losas de piedra en los pisos, techos de madera y tejas y puertas con aldabas de bronce, reciben al visitante con sus más de 400 años de supervivencia.
     Los campos y senderos bordeados de árboles, los jardines con los volcanes de telón de fondo logran que el paisaje sea cautivador.  Caminando por el lugar, se respira más que aire puro, se respira una sensación de profundidad y paz que renueva.  Se pierde la mirada entre el color verde de la campiña, el blanco de la cima de los volcanes y el azul del cielo.
     Muchos excursionistas acampan en pequeñas casas de lona en un área destinada para ello. Imagino las noches estrelladas, como nunca se pueden ver en la ciudad.
     Luego de recorrer cada rincón de la vivienda, oyendo la explicación y los detalles que brindan los guías, salimos repletos de historia hacia la carpa de la cerveza.
     Cerca estaban brindando un espectáculo con animales.  Una boa a la que no me acerqué, un cachorro de león al que los niños ofrecían un biberón y que me dio mucha compasión al ver humillada su condición salvaje con un collar atado a su cuello.  También había aves amaestradas, y hasta un cocodrilo.  Pero esas distracciones no me complacen. 
     En la carpa, nos sentamos alrededor de unas mesas colocadas sobre la hierba con la vista de los volcanes al frente, o detrás, según estuviéramos  situados, y en eso comenzó el aire.  No supimos si era habitual que al atardecer cambiara el viento, o que iba a formarse una tormenta, solo supimos que volaron sombreros y gorras, y que la degustación de cervezas de varias marcas, fabricantes y países fue apresurada y bajo condiciones climáticas diferentes a las que encontramos en la mañana.
     La ventisca duró una media hora acompañada de una lluvia fina y fría.  En cuanto las ráfagas de aire y la llovizna comenzaron a menguar, regresamos al coche para emprender el regreso, dejando atrás una visión idílica de campos, montañas y nieve. Verdes, blancos y azules mezclados en un atardecer digno de una paleta de artista. 
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot


    

    



    

    
    








    



    
    
    


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