Los paseos al Parque Nacional Desierto de
los Leones, o como era llamado antiguamente, “El Desierto de Nuestra Señora del Carmen en los Montes de Santa Fe”, también
los hemos disfrutado en grupo.
Aprovechamos las visitas de familiares o amigos para que conozcan el
lugar y gustar de un día de campismo en un sitio plagado de historia y
naturaleza.
El primer viaje lo hicimos en el mes de
diciembre. Recorrimos en automóvil los
32 kilómetros que lo separan de la ciudad, y llegando al paraje transitamos por
una carretera bordeada por varias especies de pinos, abundante vegetación,
quebradas, saltos de agua, senderos para los que gustan caminar. Muy diferente
a lo que conocemos como “desierto”. Ese día se sentía un frío de esos que “pela”
como decimos los cubanos y al que no estamos acostumbrados en nuestro tropical
invierno. Había escarcha en el suelo y
en las ramas de los pinos. A ambos
lados del camino hay hornos preparados y bancos rústicos para que los
visitantes cocinen sus propios alimentos y recreen su día de campo.
La paz y tranquilidad de lo aislado del
lugar, invitó a la Orden de los Carmelitas Descalzos a establecer su retiro de
oración y meditación en este paraje, y se fundó el primer convento de México a
principios del siglo XVII.
A principios del Siglo XX fue declarado
Parque Nacional, estando muy ligado al desarrollo de la ciudad debido a que sus
manantiales eran fundamentales para suministrar agua por medio del acueducto a
la creciente población citadina. Aún se
conservan los sistemas de recolección y distribución del preciado líquido a
través de canales hechos en la piedra y que por gravedad llenaban los depósitos
y cisternas que abastecían al monasterio y a los habitantes de la zona.
Además de ser un paraje de
turismo ecológico, es uno de los principales “pulmones” de la Ciudad de México.
Existen dos versiones sobre el origen del
nombre. Una de ellas refiere que en el
lugar habitaba el gato montés, también llamado león americano. La segunda versión, procede del apellido de
los dueños de las tierras y representantes de los Carmelitas ante la Corona
Española, los hermanos León. Igualmente,
se le denominó “desierto” debido a la tranquilidad, lejanía y paz observada por
los religiosos.
Alrededor del año 1801 la orden religiosa
abandonó el convento. El clima frío de
la zona lo convertía en un lugar prácticamente inhabitable. El crecimiento poblacional atrajo cada vez a
más visitantes, poniendo en riesgo el voto de silencio de los monjes. Y el más
importante, las disputas por el terreno entre diferentes familias que
reclamaban ser los dueños.
Hasta su proclamación como Parque Nacional,
las instalaciones fueron utilizadas con objetivos diferentes, sin embargo, las construcciones
se han mantenido en buen estado a pesar del tiempo y el uso indiscriminado. Edificaciones de piedra que han resistido el
paso del tiempo. Puertas de antiguas maderas y forja por las que entraban y
salían silenciosamente los frailes, hoy son franqueadas por jóvenes novias que
deciden celebrar su matrimonio en la capilla del convento. Senderos para los caminantes que atraviesan
los bosques de pinos y jardines en los que se pierde la vista, ofrecen un día
de relajación total.
Luego de recorrer lo que otrora fue un santuario
de retiro y oración, y que hoy, muy bien conservado, es un parque ecológico y
turístico, bajamos de nuevo por la carretera hasta uno de los hornos de piedra,
para cocinar las carnitas y botanas que llevamos, que tanto caminar y tanto aire
puro abren el apetito. Los más expertos encendieron el fuego con
ramas secas recogidas en los alrededores, y aunque se autotitularon
conocedores, el humo no nos dejaba respirar.
Asamos carnitas, pechugas de pollo, nopales, cebollitas y todos muy juntitos
alrededor del fuego para calentarnos.
Abrigos y gorros como vestimenta, y el
calor de los amigos y familiares lograron que el día transcurriera sin darnos
cuenta. Ya al atardecer, cuando el sol
se fue enfriando, tuvimos que recoger el campamento. Había un fríooooo…como el que hizo que los
monjes trasladaran su convento siglos atrás.
Volveremos en verano.
Fotos de la autora.
Corrección de estilo. Nilda Bouzot
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