En pleno mes de febrero y con el
frío que caracteriza a la Ciudad de México, nos invitaron a disfrutar un fin de
semana en la famosa playa de “María Bonita “donde el clima es más cálido y
rápidamente preparamos la mochila.
Fuimos un grupo grande de amigos
y nos alojamos “a lo cubano” en una casa en la playa, propiedad de la familia
de uno de los participantes en el tour.
Colchones inflables en el piso,
butacones adaptados como cama, maletines, música, comida, se trataba de
improvisar y pasarla bien.
Aquí se compran los
abastecimientos necesarios en cualquier lugar, y no hacen falta la olla de
“congrí”, los tamales, el botellón de agua, los platos, los cubiertos, los
vasos y cuanta cosa se nos ocurra, solamente llevar con qué vestirse y…la
tarjeta con un buen respaldo económico.
El viaje por la autopista es de
unas cuatro horas, pasando como cinco casetas de cobro, en estas casetas hay
baños muy limpios, tianguis, servicios para autos y policías con armas largas y
barricadas. (dicen que asaltan para robar la recaudación)
Hay formaciones rocosas a ambos
lados, cubiertas con mallas, con desagües, canales y diferentes medios para
evitar en algo los deslaves que se producen en el período lluvioso, y que
resultan muy peligrosos para el tránsito por esas carreteras.
También hay vehículos de
asistencia a los automovilistas, por si necesitan ayuda.
La autopista ha cortado al medio las
colinas. Las zonas rurales que se ven, al menos por esta región no están
sembradas, hay escasos animales domésticos, y muchas de las casas parecen a
medio hacer, igual que en la ciudad.
Es como si no hubiera alcanzado
el material para darles terminación. Algunas con las ventanas a medias, sin repellos,
sin pinturas, no he podido conocer cuál es la verdadera causa, pues esta
modalidad se ve en todo el país y en todos los ámbitos, tanto rurales como en
la ciudad.
Solo nos detuvimos en las afueras
de Chilpancingo, la capital del Estado, que desde la autopista se vislumbra en
un valle profundo como una ciudad grande y pintoresca. Allí reabastecimos de combustible y estiramos
las piernas.
Alguien me
había dicho que no me decepcionara, que no iba a ver una playa como las del
Caribe y por supuesto como las de Cuba, y aquí se desborda el orgullo nacional…
y es cierto. Lo primero que el mar
Pacifico no hace, es honor a su nombre, aguas turbulentas, oleaje frenético, el
agua helada, la arena oscura, muy diferente de las plácidas playas cubanas que
he conocido y me imagino que de muchas del Caribe.
Eso sí, la
infraestructura hotelera, recreativa, comercial, rebasa lo imaginado.
Estuvimos más de
una hora recorriendo en auto “la costera” bordeando el océano y no pudimos
verlo, tapaba la vista las construcciones, comercios, autos, ómnibus, motos,
transeúntes, una barrera de civilización.
La casa donde nos
alojamos estaba en las afueras, lejos de aquel bullicio, en un condominio
cerrado y cerca de la playa donde asistimos a la ceremonia que cada año hacen
para retornar al mar a las tortuguitas recién nacidas.
Es todo un espectáculo,
llegan ómnibus llenos de turistas para ayudar a un quelonio a volver a su medio,
muchas de estas tortuguitas no sobrevivirán, pero las que lo logren regresarán de
adultas a desovar a esa misma playa para comenzar de nuevo el ciclo de la vida.
Muy bonito y ambientalista.
Llegamos a la
bahía, a la de las postales, era ahí donde María Bonita tenia que acordarse de
aquellas noches. Estaba saturada de embarcaciones de pescadores, bañistas,
vendedores. No daban deseos de quedarse y mucho menos mojarse en las aguas algo
turbias. Me comentaron que es profunda, y aunque no hay entrada de buques que
derramen combustibles, se ve sucia, estancada, algunos piensan que llegan las
aguas albañales de los alrededores.
Qué pena, tan
cantada y admirada en otros tiempos.
En el otro
extremo “La Quebrada” un acantilado con 45 metros de altura donde, desde el año
1934 se realizan los famosos “clavados”, por jóvenes del puerto entrenados por
generaciones, con un espectáculo en el que arriesgan a diario sus vidas.
Impresionante el
farallón y el azul del mar en ese lugar. Bajo el fuerte sol del mediodía
asistimos a la ceremonia.
Ofrecen el show,
por así decirlo cinco veces al día, las de la noche, con reflectores, antorchas. Las embarcaciones que en esos horarios pasan
cerca se desvían para ver al clavadista “volar”.
Escalan por las
rocas hasta la cima, con una habilidad de cabras, para saltar al vacío a un
estrecho brazo de mar, potenciando el riesgo y la adrenalina. En lo alto tienen su altar y antes del salto
piden a su Guadalupana que los proteja.
Caen con una
destreza, elegancia y precisión admirables, pero el riesgo es muy grande y
aunque no se haya publicado, pienso que tiene que haber un buen número de
accidentados.
Una cosa es verlo
en una postal, un video, y otra en vivo…Luego de la hazaña, se colocan en las
escaleras de salida por donde tiene que pasar el público asistente a pedir una
contribución…ese es su premio.
Después de dos
días de calorcito, paseos por la arena, porque al agua no se podía entrar por
el oleaje y la temperatura, regresamos al DF.
Lamenté no poseer una cámara fotográfica digna que reflejara con fidelidad los paisajes, pero...es la que tenía en ese momento, y aunque no sean de exposición, mis fotos son mis recuerdos.
Esta vez vi el
otro lado de los campos, las montañas, los valles, un paisaje muy diferente al
de mi isla, que es llana en su mayoría.
Acapulco está en
el estado de Guerrero, y en los últimos años ha sido marcado por cientos de
hechos delictivos que han puesto en peligro incluso el turismo de tan famosa
playa. Una verdadera pena en tan
acogedor país.
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