jueves, 27 de diciembre de 2018

ACAPULCO (La playa de María Bonita)


En pleno mes de febrero y con el frío que caracteriza a la Ciudad de México, nos invitaron a disfrutar un fin de semana en la famosa playa de “María Bonita “donde el clima es más cálido y rápidamente preparamos la mochila.
Fuimos un grupo grande de amigos y nos alojamos “a lo cubano” en una casa en la playa, propiedad de la familia de uno de los participantes en el tour.
Colchones inflables en el piso, butacones adaptados como cama, maletines, música, comida, se trataba de improvisar y pasarla bien.
Aquí se compran los abastecimientos necesarios en cualquier lugar, y no hacen falta la olla de “congrí”, los tamales, el botellón de agua, los platos, los cubiertos, los vasos y cuanta cosa se nos ocurra, solamente llevar con qué vestirse y…la tarjeta con un buen respaldo económico.


El viaje por la autopista es de unas cuatro horas, pasando como cinco casetas de cobro, en estas casetas hay baños muy limpios, tianguis, servicios para autos y policías con armas largas y barricadas. (dicen que asaltan para robar la recaudación)
Hay formaciones rocosas a ambos lados, cubiertas con mallas, con desagües, canales y diferentes medios para evitar en algo los deslaves que se producen en el período lluvioso, y que resultan muy peligrosos para el tránsito por esas carreteras.
También hay vehículos de asistencia a los automovilistas, por si necesitan ayuda.




La autopista ha cortado al medio las colinas. Las zonas rurales que se ven, al menos por esta región no están sembradas, hay escasos animales domésticos, y muchas de las casas parecen a medio hacer, igual que en la ciudad.
Es como si no hubiera alcanzado el material para darles terminación. Algunas con las ventanas a medias, sin repellos, sin pinturas, no he podido conocer cuál es la verdadera causa, pues esta modalidad se ve en todo el país y en todos los ámbitos, tanto rurales como en la ciudad.
Solo nos detuvimos en las afueras de Chilpancingo, la capital del Estado, que desde la autopista se vislumbra en un valle profundo como una ciudad grande y pintoresca.  Allí reabastecimos de combustible y estiramos las piernas.



Alguien me había dicho que no me decepcionara, que no iba a ver una playa como las del Caribe y por supuesto como las de Cuba, y aquí se desborda el orgullo nacional… y es cierto.  Lo primero que el mar Pacifico no hace, es honor a su nombre, aguas turbulentas, oleaje frenético, el agua helada, la arena oscura, muy diferente de las plácidas playas cubanas que he conocido y me imagino que de muchas del Caribe.



Eso sí, la infraestructura hotelera, recreativa, comercial, rebasa lo imaginado.
Estuvimos más de una hora recorriendo en auto “la costera” bordeando el océano y no pudimos verlo, tapaba la vista las construcciones, comercios, autos, ómnibus, motos, transeúntes, una barrera de civilización.




La casa donde nos alojamos estaba en las afueras, lejos de aquel bullicio, en un condominio cerrado y cerca de la playa donde asistimos a la ceremonia que cada año hacen para retornar al mar a las tortuguitas recién nacidas. 
Es todo un espectáculo, llegan ómnibus llenos de turistas para ayudar a un quelonio a volver a su medio, muchas de estas tortuguitas no sobrevivirán, pero las que lo logren regresarán de adultas a desovar a esa misma playa para comenzar de nuevo el ciclo de la vida.  Muy bonito y ambientalista.



Llegamos a la bahía, a la de las postales, era ahí donde María Bonita tenia que acordarse de aquellas noches. Estaba saturada de embarcaciones de pescadores, bañistas, vendedores. No daban deseos de quedarse y mucho menos mojarse en las aguas algo turbias. Me comentaron que es profunda, y aunque no hay entrada de buques que derramen combustibles, se ve sucia, estancada, algunos piensan que llegan las aguas albañales de los alrededores.
Qué pena, tan cantada y admirada en otros tiempos.




En el otro extremo “La Quebrada” un acantilado con 45 metros de altura donde, desde el año 1934 se realizan los famosos “clavados”, por jóvenes del puerto entrenados por generaciones, con un espectáculo en el que arriesgan a diario sus vidas.
Impresionante el farallón y el azul del mar en ese lugar. Bajo el fuerte sol del mediodía asistimos a la ceremonia.

Ofrecen el show, por así decirlo cinco veces al día, las de la noche, con reflectores, antorchas.  Las embarcaciones que en esos horarios pasan cerca se desvían para ver al clavadista “volar”.

Escalan por las rocas hasta la cima, con una habilidad de cabras, para saltar al vacío a un estrecho brazo de mar, potenciando el riesgo y la adrenalina.  En lo alto tienen su altar y antes del salto piden a su Guadalupana que los proteja.

Caen con una destreza, elegancia y precisión admirables, pero el riesgo es muy grande y aunque no se haya publicado, pienso que tiene que haber un buen número de accidentados.

Una cosa es verlo en una postal, un video, y otra en vivo…Luego de la hazaña, se colocan en las escaleras de salida por donde tiene que pasar el público asistente a pedir una contribución…ese es su premio.

Después de dos días de calorcito, paseos por la arena, porque al agua no se podía entrar por el oleaje y la temperatura, regresamos al DF.
Lamenté no poseer una cámara fotográfica digna que reflejara con fidelidad los paisajes, pero...es la que tenía en ese momento, y aunque no sean de exposición, mis fotos son mis recuerdos.
Esta vez vi el otro lado de los campos, las montañas, los valles, un paisaje muy diferente al de mi isla, que es llana en su mayoría.
Acapulco está en el estado de Guerrero, y en los últimos años ha sido marcado por cientos de hechos delictivos que han puesto en peligro incluso el turismo de tan famosa playa.  Una verdadera pena en tan acogedor país.



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