miércoles, 3 de abril de 2019

EX BALAM, LA CIUDAD JAGUAR NEGRO O ESTRELLA JAGUAR, 31 de julio de 2010


   

    Estábamos finalizando las vacaciones. En solo dos días emprenderíamos el regreso al Distrito Federal.  En el hotel donde nos hospedábamos en Cancún, la reservación incluía un desayuno bufet, y aprovechamos muy bien la oferta, excepto Migue que continuaba con su dieta ligera.
     Supuestamente continuaríamos viaje a Mérida, a doscientos noventa kilómetros de distancia de Cancún, luego a Chichén Itzá a ciento setenta y ocho.  Pernoctaríamos allí y al día siguiente regresaríamos a casa.
     Emprendimos la marcha, y cerca de la una de la tarde ya habíamos cruzado el Estado de Yucatán.  La autopista estaba en muy buen estado y nuestro conductor y amigo mantenía una velocidad respetable, a pesar de que la camioneta tenía la dirección un poco recia.
   Pero en el trayecto estaba EX BALAM.
   Cerca de las dos, y aún satisfechos con el opíparo desayuno que habíamos disfrutado en el hotel, nos dispusimos a conocer otro sitio arqueológico, otra ciudad maya.  
Ek Balam es un nombre en lengua maya yucateca, formado por los vocablos ek’, con el que se denomina al color negro y que también significa “lucero” o “estrella”; y balam, que quiere decir “jaguar”.
 Puede traducirse entonces como “jaguar-oscuro-o negro”. Sin embargo, algunos hablantes de maya en la región también lo traducen como “lucero-jaguar”.
 Ek´Balam (Estrella Jaguar) es una ciudad maya que tuvo su máximo desarrollo durante el Clásico Tardío/Terminal (600-850/900 d. C.) y que posiblemente fue sede del reino de "Tlalol". El primer rey conocido de Ek´Balam es Ukit Kan Le´t Tok (el padre de las cuatro frentes de pedernal) quien fue el constructor de la mayor parte del suntuoso palacio que actualmente conocemos como Acrópolis y de muchas obras más. Así mismo, fue impulsor de los avances técnicos y culturales, al igual que de la riqueza arquitectónica y decorativa, cuyo mejor ejemplo es la Estructura 35 Sub, localizada en el interior de la Acrópolis y conocida como Sak Xok Nahh (casa blanca de la lectura), que sirvió como tumba para Ukit Kan Le´t Tok, quien fue sepultado con una rica ofrenda conformada por más de 7,000 piezas como vasijas de cerámica, objetos de concha, caracol y tumbaga.
    No había servicio de guías, el empleado que daba la bienvenida y cobraba la entrada, también ofrecía información sobre el sitio.   La instalación de acceso estaba muy limpia, amplia, y lo primero que encontramos fue a un poblador de la zona con una boa enroscada al cuello, cobrando al que quisiera tomarse fotos y tocarla.
    El lugar se abrió al público en el año mil novecientos noventa y cuatro y su nombre puede traducirse como “lugar del jaguar negro”.  Desde la entrada caminamos por un sendero que llevaba hasta un gran bosque de árboles maderables.  A mitad del trillo había un quiosco que vendía refrescos y agua, allí fue posible mitigar la sed y aliviarnos el intenso calor.  Abundaban los mosquitos (moscos) a pesar de que no era la hora del crepúsculo.   Otro atajo, de unos dos kilómetros de largo terminaba en un refrescante cenote.
     Atravesamos de nuevo la selva, esta vez la yucateca, y llegamos a otra zona muy bien cuidada, con estructuras de enormes columnas, parecidas a un “cake” o pastel de varios pisos y con restos de edificios e inmensas estelas.  Reliquias de tan enigmática civilización.
(Las Estelas mayas son monumentos pertenecientes a la cultura maya en la antigua Mesoamérica. Esta se conoce por ser una piedra de gran tamaño que se encuentra tallada de distintas figuras pertenecientes a dicha cultura, y donde, además, se plasmaba su lenguaje de carácter político. Estas últimas se asociaban con piedras bajas que tenían forma circular y que actualmente se conocen como altares. Según cuentan algunas historias, las Estelas Mayas se asociaban con la concepción del Rey divino.  
      Luego de cruzar a través de un magnífico arco maya, se llega a un paraje con construcciones aisladas, un conjunto de ruinas que fueron rescatadas a la selva, algunas casi completas.  Al final de un terreno llano, semejante a un valle, se encontraba una de las edificaciones más altas, con enormes mascarones tallados en los distintos niveles, y franjas de “glifos” que debieron narrar la vida de los habitantes y propietarios del lugar. La conocen como La Acrópolis.
      Otra majestuosa obra mostraba una galería con puertas abiertas en la piedra que semejaban las habitaciones de un antiguo hotel.  Contemplamos diversas formas arquitectónicas de los que fueron palacios y viviendas, todas sorprendentes, todas magníficas. Las ruinas tienen varios estilos, pero hay detalles que las hacen únicas, como imágenes con alas que semejan ángeles.
    Después del recorrido, teníamos la intención de llegar al cenote a refrescar y a conocer el lugar, pero el acceso era permitido hasta las cinco y no alcanzaba el tiempo.   Era una marcha de dos kilómetros a través de la selva y se pedía a los visitantes observar las indicaciones: llegar temprano al punto de partida, llevar ropa cómoda y, no salirse del sendero. Sobre todo, no salirse del sendero.  También había servicio de bicitaxis, para los que no pudieran caminar tanto, pero ya se estaban retirando a descansar.  Era tarde.
     La mayoría de los trabajadores de estas instalaciones son pobladores de la zona, descendientes de los pueblos autóctonos, a los que se les ha dado la responsabilidad de administrar y explotar el lugar.  Es una fuente de trabajo y de compromiso para los moradores actuales, herederos de esa cultura.   Conservar sus monumentos y tradiciones es un pacto con sus antepasados.  Todos los lugares visitados exhiben los magníficos resultados de ese ancestral tratado.
      Impresionados y satisfechos de la visita a otro admirable espacio, continuamos viaje, con la intención de llegar a Mérida.
 Fotos de la autora.
Corrección de estilo Nilda Bouzout
    






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