Estábamos finalizando las vacaciones. En solo
dos días emprenderíamos el regreso al Distrito Federal. En el hotel donde nos hospedábamos en Cancún,
la reservación incluía un desayuno bufet, y aprovechamos muy bien la oferta,
excepto Migue que continuaba con su dieta ligera.
Supuestamente continuaríamos viaje a Mérida,
a doscientos noventa kilómetros de distancia de Cancún, luego a Chichén Itzá a
ciento setenta y ocho. Pernoctaríamos
allí y al día siguiente regresaríamos a casa.
Emprendimos
la marcha, y cerca de la una de la tarde ya habíamos cruzado el Estado de
Yucatán. La autopista estaba en muy buen
estado y nuestro conductor y amigo mantenía una velocidad respetable, a pesar
de que la camioneta tenía la dirección un poco recia.
Pero en el trayecto estaba EX BALAM.
Cerca de las dos, y aún satisfechos
con el opíparo desayuno que habíamos disfrutado en el hotel, nos dispusimos a
conocer otro sitio arqueológico, otra ciudad maya.
Ek Balam es un nombre en lengua maya yucateca, formado por los vocablos
ek’, con el que se denomina al color negro y que también significa “lucero” o
“estrella”; y balam, que quiere decir “jaguar”.
Puede traducirse entonces como
“jaguar-oscuro-o negro”. Sin embargo, algunos hablantes de maya en la región
también lo traducen como “lucero-jaguar”.
Ek´Balam (Estrella Jaguar) es una ciudad maya
que tuvo su máximo desarrollo durante el Clásico Tardío/Terminal (600-850/900
d. C.) y que posiblemente fue sede del reino de "Tlalol". El primer
rey conocido de Ek´Balam es Ukit Kan Le´t Tok (el padre de las cuatro frentes
de pedernal) quien fue el constructor de la mayor parte del suntuoso palacio
que actualmente conocemos como Acrópolis y de muchas obras más. Así mismo, fue
impulsor de los avances técnicos y culturales, al igual que de la riqueza
arquitectónica y decorativa, cuyo mejor ejemplo es la Estructura 35 Sub,
localizada en el interior de la Acrópolis y conocida como Sak Xok Nahh (casa
blanca de la lectura), que sirvió como tumba para Ukit Kan Le´t Tok, quien fue
sepultado con una rica ofrenda conformada por más de 7,000 piezas como vasijas
de cerámica, objetos de concha, caracol y tumbaga.
No había servicio de guías, el empleado que
daba la bienvenida y cobraba la entrada, también ofrecía información sobre el
sitio. La instalación de acceso estaba
muy limpia, amplia, y lo primero que encontramos fue a un poblador de la zona
con una boa enroscada al cuello, cobrando al que quisiera tomarse fotos y
tocarla.
El lugar se abrió al público en el año mil
novecientos noventa y cuatro y su nombre puede traducirse como “lugar del
jaguar negro”. Desde la entrada caminamos
por un sendero que llevaba hasta un gran bosque de árboles maderables. A mitad del trillo había un quiosco que
vendía refrescos y agua, allí fue posible mitigar la sed y aliviarnos el
intenso calor. Abundaban los mosquitos
(moscos) a pesar de que no era la hora del crepúsculo. Otro atajo,
de unos dos kilómetros de largo terminaba en un refrescante cenote.
Atravesamos de nuevo la selva, esta vez la
yucateca, y llegamos a otra zona muy bien cuidada, con estructuras de enormes
columnas, parecidas a un “cake” o pastel de varios pisos y con restos de
edificios e inmensas estelas. Reliquias
de tan enigmática civilización.
(Las Estelas mayas son monumentos
pertenecientes a la cultura maya en la antigua Mesoamérica.
Esta se conoce por ser una piedra de gran tamaño que se encuentra tallada de
distintas figuras pertenecientes a dicha cultura, y donde, además, se plasmaba
su lenguaje de carácter político. Estas últimas se asociaban con piedras bajas que
tenían forma circular y que actualmente se conocen como altares. Según cuentan
algunas historias, las Estelas
Mayas se asociaban con la concepción del Rey
divino.
Luego de cruzar a través de un magnífico arco
maya, se llega a un paraje con construcciones aisladas, un conjunto de ruinas que
fueron rescatadas a la selva, algunas casi completas. Al final de un terreno llano, semejante a un
valle, se encontraba una de las edificaciones más altas, con enormes mascarones
tallados en los distintos niveles, y franjas de “glifos” que debieron narrar la
vida de los habitantes y propietarios del lugar. La conocen como La Acrópolis.
Otra
majestuosa obra mostraba una galería con puertas abiertas en la piedra que
semejaban las habitaciones de un antiguo hotel. Contemplamos diversas formas arquitectónicas
de los que fueron palacios y viviendas, todas sorprendentes, todas magníficas. Las
ruinas tienen varios estilos, pero hay detalles que las hacen únicas, como
imágenes con alas que semejan ángeles.
Después del recorrido, teníamos la
intención de llegar al cenote a refrescar y a conocer el lugar, pero el acceso era
permitido hasta las cinco y no alcanzaba el tiempo. Era
una marcha de dos kilómetros a través de la selva y se pedía a los visitantes
observar las indicaciones: llegar temprano al punto de partida, llevar ropa
cómoda y, no salirse del sendero. Sobre todo, no salirse del sendero. También había servicio de bicitaxis, para los
que no pudieran caminar tanto, pero ya se estaban retirando a descansar. Era tarde.
La
mayoría de los trabajadores de estas instalaciones son pobladores de la zona, descendientes
de los pueblos autóctonos, a los que se les ha dado la responsabilidad de
administrar y explotar el lugar. Es una
fuente de trabajo y de compromiso para los moradores actuales, herederos de esa
cultura. Conservar sus monumentos y tradiciones es un
pacto con sus antepasados. Todos los lugares
visitados exhiben los magníficos resultados de ese ancestral tratado.
Impresionados
y satisfechos de la visita a otro admirable espacio, continuamos viaje, con la
intención de llegar a Mérida.
Fotos de la autora.
Corrección de estilo Nilda Bouzout
No hay comentarios:
Publicar un comentario