28 de julio de 2010.
A media mañana partimos de
Chetumal hacia Tulum, a más de doscientos kilómetros de distancia. Había que rodar bastante.
De camino entramos en el
Cenote Azul, una maravilla natural que se encuentra a la entrada de Bacalar y a
orilla de la carretera. Con un diámetro de aproximadamente doscientos metros y
una profundidad de noventa, según algunos que han tratado de medir su
profundidad, otros estiman que no han encontrado el fondo. Es uno de los mayores cenotes que se
encuentran en la región.
Cenote es un término que solamente se
utiliza en México. Su nombre tiene
origen en el vocablo maya tz’onot que significa pozo o abismo. Un depósito de agua de manantial, pozos de
agua dulce y suave que para el mundo maya eran fuentes de vida, proporcionaban
el líquido vital y eran además una entrada a las maravillas del otro mundo.
Imágenes de Cenote Azul
En una de sus orillas había un complejo rústico y tropical con
restaurante, tiendas de artesanías y diversas ofertas para el turismo, en un
ambiente de frescura y relajación.
Todos se pusieron las trusas…y al agua.
Los más jóvenes nadaron por más de una hora alrededor del tronco de un
árbol que servía de trampolín y cuyas ramas reposaban sobre la superficie del
agua. Luego del refrescante baño
desayunamos acomodados en mesas que había alrededor del cenote, casi rozando el
agua. Los peces se aglomeraban en la
orilla buscando migas que les dejaban caer.
El agua era azul, transparente, el verde de la exuberante vegetación
estallaba ante los ojos. ¡Qué paz! Hay
varios cenotes en la región, pero por el momento solo visitamos éste.
Ya era mediodía cuando íbamos a retomar el camino, pero… ¡la camioneta
no arrancaba! La batería estaba
descargada. Comenzamos a empujar por un
declive aquella pesada carrocería…y nada…Un camión que salía del complejo
turístico nos ayudó transfiriendo algo de electricidad y arrancó. Salimos
creyendo que el problema estaba solucionado y con todos opinando del por qué la
batería se había descargado. Todos
éramos expertos en ese momento.
Transcurridos unos quince minutos de viaje, tuvimos que detenernos en el
parqueo de una clínica de rehabilitación que se encontraba en el camino, porque
la camioneta no caminaba. Todos nos
bajamos y sofocados por el calor del mediodía nos sentamos en el portal del
edificio.
Comenzamos a llamar al
servicio de seguro de la camioneta rentada.
Celular que sube y celular que baja.
El seguro dijo que enviaría taxis para llevarnos a la población más
cercana. Después no aparecía el número
con el que la camioneta estaba inscrita, por lo que ya ni teníamos la certeza
de que existiera esa inscripción.
Mientras gestionaban con el seguro, un
miembro del grupo, un cubano acostumbrado a “cacharrear” con todo, sacó su
llavero multipropósito, y con una cuchillita se puso a raspar los bornes,
asegurando que ese era el problema.
Había un jardinero en el lugar y le pidió prestada una llave para poder
desenroscar las tuercas (la camioneta no tenía herramientas). Una vez que le limpió las tuercas, tornillos
y cables, arrancó con el dulce sonido de la solución. Era un falso contacto por la acumulación de
suciedad (churre) entre las piezas.
Relajados y listos para continuar, abordamos de nuevo y surgieron los
comentarios. Los amigos mexicanos
alabaron la maestría y claro, hacía falta en el grupo un cubano, que no posee celular ni seguro,y que siempre lleva en el
bolsillo o cartera cómo solucionar una emergencia haciendo uso de la
imaginación. La camioneta terminó bien
el viaje y…no tuvimos otro inconveniente.
Como no había
tiempo para lavar, fuimos acumulando la ropa sucia, y la que resultaba
imprescindible la poníamos a secar colgada por dentro de las ventanillas. Menos mal que los cristales eran oscuros. Los
amigos mexicanos de la tercera edad no se acaloraban, no se movían, no se
quitaban los zapatos, era admirable cómo se mantenían tranquilos y sin
despeinarse durante el viaje. Y llegamos a Tulum.
Imágenes de Tulum
Fotos de la autora.
Revisión de estilo. Nilda Bouzot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario