Kohunlich es el nombre de
una ciudad y centro ceremonial maya, ubicado a unos 65 kilómetros de Chetumal,
capital del estado de Quintana Roo, en la región del Río Bec, muy cerca de la
frontera entre México y Belice.
Amaneció lloviendo en Xpujil, el día
estaba fresco. Después de una noche de
buen descanso fuimos al restaurante del hotel a tomar algo caliente, pero no
había café expreso, solo el tipo americano con leche que no sabía muy bien así
que nos conformamos con yogurt y un té caliente.
En la pared del lugar había un mapa de la
zona arqueológica que habíamos visitado con una solicitud de los grupos
ecologistas para que reportaran los avistamientos de la fauna, con el fin de
llevar un registro. La camarera me
regaló un folleto en el que estaban relacionadas algunas de las especies que
habitaban el lugar. Pecaríes, jabalíes, jaguares, pumas, monos aulladores y
arañas, aves, venados. No sé si fue
suerte o no, encontrarme solo con dos ardillitas chillonas.
Ya la tropa estaba organizada y por la
noche todo quedaba empacado, era solo vestirse y embarcar, por lo que colocar
el equipaje se hacía cada vez con más rapidez y eficiencia.
Partimos de Xpujil, y cerca de las nueve
de la mañana llegamos al límite entre los estados de Campeche y de Quintana
Roo.
En el viaje por una autopista que estaba
en reparación con abundantes “topes”, lo que conocemos en Cuba como “policía
acostado”, que sirven para disminuir la velocidad de los vehículos, se mantiene
la vegetación selvática a ambos lados.
La flora es abundante y cerrada, había grandes extensiones sembradas de
palmeras datileras, vimos pueblecitos muy pobres, viviendas aisladas y vendedores
de frutas y refrescos en casi todo el trayecto.
Llegamos a Kohunlich, una de las antiguas
ciudades mayas construidas “hacia el cielo”, alrededor de las doce del
mediodía. Esta vez encontramos que los
servicios turísticos estaban más organizados.
En la caseta de cobro había sanitarios limpios provistos de lo
necesario: agua, papel, jabón, servilletas.
Contratamos un guía. Era un
descendiente maya que cooperó con los trabajos arqueológicos del lugar y estaba
muy bien informado, se expresaba con claridad, y hablaba además el dialecto
maya de la zona, el original es el maya quiché que se habla en Guatemala. No supimos si era cierto porque nosotros
desconocíamos el lenguaje, así que cualquier cosa que nos dijera estaba bien.
En el recorrido explicó detalles de cada
una de las instalaciones. Nos mostró un
árbol del que utilizaban la resina como incienso para quemar en las
ofrendas. También conocimos el árbol de
la pimienta. Comentó que los habitantes
del lugar eran pequeños, de menos de un metro y cincuenta centímetros de
estatura, razón por la cual las puertas y habitaciones de las ruinas tenían esa
altura.
Lo más significativo de este lugar son los
mascarones o relieves tallados en la piedra en los diferentes niveles de una
pirámide muy elevada y vertical. Cada
uno narra una historia sobre el inframundo, la tierra y el supramundo mayas.
Este guía afirmó lo que otros nos habían
dicho: las pirámides no deben escalarse
de frente ni erguidos, sino inclinados, poniendo las manos en el peldaño
superior o encorvados en diagonal, ya que al hacerlo de frente se ofende a los
dioses a los que se les debe mostrar respeto.
La figura del jaguar está presente en
todos los monumentos, era la más importante dentro de la cosmovisión
prehispánica, representaba al mundo de los muertos o inframundo y era adorada
como un Dios.
La vegetación, los jardines, todo estaba
muy cuidado. Había muchas plantas con
flores y una selva cercana por donde en cualquier momento podía surgir un
reptil o un visitante no deseado.
El estadio donde se desarrollaban los
famosos juegos con una pelota de piedra recubierta de hule y lanzándola con la
cadera, se conservaba con sus gradas talladas en la piedra, similar a un
coliseo.
El sistema de recolección y almacenamiento
del agua estaba perfectamente diseñado por medio de canales y declives en el
terreno, por el que el agua de lluvia corría hacia una especie de estanque que
la acopiaba para ser utilizada en las épocas de sequía.
Observando estas maravillosas obras de
ingeniería, capaces de garantizar los alimentos y el agua, volví a preguntarme:
¿Cómo fue posible que desaparecieran, así como así? Muchas preguntas no tendrán una aparente
respuesta. Eran culturas que vivían con la naturaleza y para la
naturaleza sin agredirla, incorporando sus ciudades y necesidades al ritmo
natural. Cuando los quisieron cambiar,
colapsó el equilibrio.
El recorrido nos tomó cerca de dos horas,
y a la salida pusimos rumbo a TULUM, otro de los iconos turísticos de la zona y
puerto del Mar Caribe. En el trayecto
vimos nombres como Kinichna, Dzibanche, Oktanga, otro idioma y otro mundo por
explorar.
Cerca de Kohunlich encontraron, en medio
de tanta selva, otro asentamiento con construcciones aún mayores, que están
siendo investigadas y que preservarán para que las generaciones futuras tengan
algo nuevo que ver y explorar.
La ruta era hacia TULUM y entrar a XUL-HA,
pero donde se cruzaron los caminos se torció hacia otro lugar. Había mucho calor, los niños estaban
inquietos y entramos a la Laguna Milagros, una gran masa de agua salada donde ofertaban
paseos en kayaks y también se podía comer y refrescar.
Los negocios habían cambiado de dueño y
estaban a medio organizar, ya no vendían comidas y estaban adaptando el lugar
para crear una pequeña base náutica con motos acuáticas y kayaks.
Al final de un pequeño y medio
desvencijado muelle de madera había una torre para clavados, también de madera,
con la advertencia de que no podían subir más de tres personas, a riesgo de que
se derrumbara.
A tres o cuatro metros de distancia de la
orilla la profundidad era de casi dos metros.
Bastante profundo para ser tan cercano.
Aún quedaban unas mesas y sillas
desocupadas, y nos sentamos a refrescar.
Dos integrantes del grupo fueron por comida a un poblado cercano y los
más jóvenes disfrutaron del agua y remaron por un buen rato en los kayaks que
quedaban.
Este lugar era nombrado Laguna Milagros,
Huay-Pix o Villa Lolita, tres nombres a escoger. No sabemos cómo lo bautizará el nuevo
propietario.
Pasadas las cinco y media de la tarde,
recogimos para continuar viaje hacia Chetumal.
Pero para ser fieles al principio de “no tenemos rumbo fijo”, casi
llegando nos desviamos hacia la frontera con Belice para visitar la zona franca,
en el límite con el estado de Quintana Roo.
Los niños de los amigos ya habían hecho
estas incursiones y estaban entusiasmados por ir de compras. Para nosotros era
la primera vez.
Cruzamos un puente con los barandales
cubiertos de malla, supongo que para evitar el cruce por el río, y al final un
puesto fronterizo en el que se muestra la documentación, y autorizan la entrada
al país sin mucho requisito. Era un
boulevard el puente aquél con muchos autos, camiones, personas caminando,
entrando y saliendo de Belice.
De nuevo teníamos el tiempo limitado, los
establecimientos de la zona franca cerraban a las ocho de la noche, nosotros
llegamos a las seis, por lo que no pudimos ver mucho.
Después de cruzar el puente fronterizo se encontraba una calle ancha con
mercados, tiendas y casinos a ambos lados, había mercancías baratas por
doquier. Nuestros amigos fueron a los
lugares que conocían de antemano, nosotros miramos un poco. En Belice se habla inglés y español, pero
vimos gentes de varias nacionalidades.
Le compramos medias a un coreano y una mochila viajera que aún está
utilizable. Conversando con un
guatemalteco que reside allí comentó que el médico que tenían en la zona era
cubano. Una vez más, estamos en todas
partes.
Cerca de las nueve de la noche retornamos
a México. A pesar de la larga fila de
vehículos para cruzar el puente fronterizo, fue bastante rápido. Nadie
preguntó, nadie revisó, nadie miró.
Cuando llegamos a Chetumal compramos
repelente para los mosquitos, porque había una epidemia de dengue. Luego de un día de viajes y emociones,
merecíamos un buen descanso, y a ello nos dispusimos.
Mañana será otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario